El sudor, mezcla de agua y cloruro sódico, es una respuesta natural de la fisiología humana muy importante para el organismo, ya que funciona como un hidratante y refrigerante ante los cambios de temperatura que sufre nuestro cuerpo. Cuando una persona sufre una sudoración desmesurada pudiendo esto llegar a producirle conflictos sociales, laborales o psicológicos, estaríamos hablando de un problema llamado hiperhidrosis. Una de las diversas funciones de la piel es la de contrarrestar las variaciones internas y externas de temperatura a las que nos vemos sometidos; en numerosas ocasiones si el cuerpo necesita perder calor nuestra piel filtra hacia el exterior una mayor producción de sudor con el fin de que se evapore posteriormente y provoque su enfriamiento superficial. De tal forma que si no sudásemos, ante una subida de temperatura en el ambiente o la propia estimulación de calor corporal desarrollada a través del ejercicio físico o un estado de alerta del cuerpo, como por ejemplo fiebre entre otras, no seríamos capaces de tolerar el calor generado porque no tendríamos forma de enfriarnos ni mantenernos frescos; así que pese a que para algunas personas resulte algo indecoroso o poco higiénico, el sudor es algo importantísimo, natural y necesario para nosotros.
La hiperhidrosis es un problema que afecta al 3% de la población europea y que consiste en una sudoración excesiva cuando no hay una causa aparente para ello, transpirando la persona en grandes cantidades. Existen dos tipos de hiperhidrosis según sus causas y aparición: hablamos de hiperhidrosis primaria (o focal) cuando la causa de esos síntomas es desconocida y se produce en una zona corporal concreta, generalmente las palmas de las manos, plantas de los pies, axilas y/o rostro; mientras que implica a todo el cuerpo si nos referimos a la hiperhidrosis secundaria, cuya aparición se asocia a la de otros trastornos como pueden ser hipertiroidismo, menopausia, obesidad, diabetes, infecciones crónicas, envenenamiento o la exposición a ciertos fármacos en determinados organismos. Dicho esto, en adelante nos referiremos a la hiperhidrosis primaria, por ser la más frecuente.
Suele iniciarse en la infancia o adolescencia temprana y tiende a disminuir a partir de los 35-40 años, siendo de curso crónico en algunos casos. Pese a que su causa es desconocida, la mayoría de los autores coinciden en que este problema se relaciona con una disfunción de un mecanismo de control de sistema nervioso autónomo, en concreto del nervio simpático. Para entender mejor este proceso empezaremos desgranándolo por el principio:
La piel es la barrera más importante que tenemos para proteger los órganos internos frente a las posibles agresiones externas, manteniendo íntegras nuestras estructuras; es el órgano sensitivo más grande del cuerpo humano (aproximadamente 2 m2) cuyas innumerables terminaciones nerviosas conectan los estímulos que recibimos del exterior con nuestro cerebro principalmente a través del sistema nervioso autónomo y el sistema nervioso central.
Hay dos formas direccionales de transmisión de información: el sistema aferente que nos ayuda a transportar la información que recoge la piel hacia los receptores viscerales, pertenecientes al sistema nervioso autónomo, hasta nuestro sistema nervioso central; y el sistema eferente que permite a este último mandar respuestas reflejas hacia nuestros órganos, desde al interior al exterior. El camino que nos concierne a nosotros en este caso es el del sistema eferente, más concretamente en el punto del recorrido relacionado con el sistema nervioso autónomo (SNA). Dicho esto, hemos de saber que hay un SNA parasimpático y un SNA simpático, cuyas funciones son contrarias con el fin de establecer un necesario equilibrio en el ritmo corporal: el sistema parasimpático es el responsable de la conservación de la energía del organismo, consiguiendo la deceleración del cuerpo a través de la lenta liberación de una sustancia llamada acetilcolina, provocando vasodilatación con su activación y el establecimiento de un ritmo cardiaco más lento entre otras cosas; este sistema se activará cuando su opuesto funcione en exceso, el SNA simpático, el cual prepara al organismo para situaciones de alerta, activándolo ante la posibilidad de dificultades mediante la descarga de adrenalina (aunque descargará acetilcolina únicamente a las glándulas ecrinas más adelante citadas), provocándonos entre otros efectos un aumento de la presión arterial, aceleración del pulso y una elevación de la secreción que producen las glándulas de nuestro organismo. Es este sistema simpático el que se sospecha como culpable de la sobreproducción de sudor en personas con hiperhidrosis, es más, es aquí en las glándulas donde terminamos nuestro recorrido explicativo: en la piel existen dos tipos de glándulas sudoríparas, apocrinas y ecrinas, las glándulas sudoríparas apocrinas se encargan de la secreción de las feromonas y son escasas en número, concentrándose mayormente en la región ano-genital, axilas y conducto auditivo externo; sin embargo nos interesarán las glándulas sudoríparas ecrinas, que se distribuyen numerosamente todo el cuerpo excepto en mucosas, acumulándose en palmas, plantas, axilas y frente. Son estas glándulas ecrinas las que inervadas por el sistema nervioso autónomo simpático se sobreestimulan provocando mayor sudoración de determinadas partes corporales, es decir que al aumentar la actividad del sistema simpático aumentará la cantidad de secreción del sudor.
Dicho esto, podemos estar preguntándonos ¿qué es lo que afecta a los impulsos nerviosos del sistema simpático para dar como resultado una sudoración excesiva?, la ciencia cada vez tiene más presente la idea de que mente y cuerpo interaccionan uno sobre otro, influenciándose mutuamente; bien es sabido que un mal día, en el que nos llevamos un disgusto, puede provocarnos terribles dolores de cabeza o de estómago, un momento de gran tensión puede hacer que aparezcan posteriormente herpes, etc. El cuerpo, y más concretamente la piel, conecta con nuestra situación emocional y responde ante ello, realizando una especie llamadas de atención que reflejen el estado interno. El problema que aparece en los casos de hiperhidrosis es que alteraciones del estado del ánimo, como nerviosismo o ansiedad, hacen que el sistema simpático se active y lleve a las glándulas ecrinas un mensaje similar al que le mandaría si el organismo se encontrase ente un cambio brusco de temperatura, es decir que, en un caso de hiperhidrosis el sistema corporal no distinguiría entre aparecer súbitamente en un desierto, y una época vivida por la persona con gran estrés, haciendo brotar los mismos síntomas en ambos casos; nuestro organismo no entiende de diferencias entre las causas sino que interpreta que hay una descompensación en el equilibrio y tiende a subsanarla. La sintomatología que aparecerá por tanto será sudor excesivo, pudiendo la persona incluso notar frialdad de pies y manos, manchas en la ropa que “obligará” a muchas personas a cambiársela con frecuencia, incluso con el tiempo, y en los casos más graves, pueden aparecer complicaciones locales como ampollas o infecciones en las zonas por las que más se sude.
Hasta ahora hemos visto cómo influye la ansiedad en nuestro cuerpo pudiendo dar lugar a la aparición del sudor, pero hemos de saber que en los casos en los que la persona sufre excesivamente por el hecho, la cuestión se agrava por un transcurso de los acontecimientos de carácter circular, es decir, la ansiedad estimula el sudor, pero también la aparición del sudor provoca que la persona se ponga aún más nerviosa por ello, retroalimentando así el proceso de hiperhidrosis y el sufrimiento. Para algunos, el hecho de sudar reporta graves perjuicios a nivel laboral (pudiendo emborronar la tinta de los escritos que manejan, arrugando papeles, o simplemente viéndose incapacitados a la hora de tocar un instrumento musical a causa del sudor palmar), a nivel social (un ejemplo claro se da en el ámbito de la intimidad afectiva) y a nivel psicológico, influido por la sensación de incapacidad que tenga el sujeto en los diferentes ámbitos de tu vida, incluidos los dos anteriores (como desarrollar miedo a tocar a los demás, o dar la mano en una entrevista de trabajo), provocando gran tensión emocional de forma continuada a la persona que lo sufre. De tal manera que generalmente las personas con hiperhidrosis presentarán grandes alteraciones en ámbitos importantes de su vida, repercutiendo gravemente en su calidad de vida, reportando altos niveles de ansiedad incluso hasta el punto de desarrollar diferentes grados de fobia social por la evitación continuada al contacto físico y visual de los otros.
Dado que este trastorno provoca gran sufrimiento en un gran número de personas que lo padecen, especialistas de la salud como dermatólogos y cirujanos, entre otros, proporcionan diversos métodos de tratamiento que, si bien no aseguran su desaparición completa, reportan grandes beneficios a la persona como son, de menor a mayor invasividad para la persona: la aplicación de tratamientos tópicos como cremas, polvos y sprays, compuestos principalmente por sales metálicas como el clorhidrato de aluminio; los procedimientos transcutáneos como el de movimiento de electrones o iontoforesis (aplicación de descargas eléctricas por agua o almohadillas humedecidas) o infiltrados en los que se hace uso de toxina botulímica (ampliamente conocida como botox); tratamientos orales, anticolinérgicos, que han de ser recetados por un profesional que valore el caso concreto, puesto que hay estudios que sugieren que se aplique sólo en casos en los que el resto de tratamientos no sean efectivos; o, en última instancia, podemos hacer uso de tratamientos quirúrgicos que a priori suelen eficaces, pero en los que sin embargo se ha detectado que aproximadamente un 50% de los pacientes intervenidos tienen efectos secundarios, incrementándose la sudoración en áreas del cuerpo en las que previamente no había problemas.
Independientemente de que la elección de un procedimiento u otro sea eminentemente libre, hemos de tener en cuenta que el estrés y el ritmo vital al que nos vemos expuestos será un factor que seguirá estando ahí; por ello, también otras de formas de tratamiento como es el abordaje psicológico será relevante en este ámbito, intentando romper ese círculo de síntomas al que se ve sometida la persona. Como ya vimos la mente influencia al cuerpo y el cuerpo a la mente, por lo que será importante tomar la responsabilidad pertinente. El cuidado de la mente puede reportar unos efectos mucho más potentes de lo que podemos llegar a imaginar sobre el cuerpo, y es porque nuestro sistema es el más complejo de entre todos los seres vivos, funcionando lo biológico y lo psíquico como una totalidad y no como entes separados; así, será importante reconocer las señales de alerta que nos manda nuestro cuerpo, que en numerosos casos tendrán que ver más con cómo nos relacionamos con nosotros mismos y nuestro entorno que con otros factores explicativos más simplistas. Porque nosotros de sencillos, tenemos poco.