¿Cómo encontrar la felicidad? Es una pregunta que ocupa gran parte de nuestro tiempo y esfuerzo mental y vital. Sin duda hoy en día podemos encontrar un gran número de publicaciones que tratan este tema, pero quizás las más populares y, por ende, las más consultadas sean las que intentan darnos la clave de qué es este concepto y cómo llegar hasta él a través de una serie de sencillos pasos a seguir, estamos hablando de la literatura de autoayuda. Pero, ¿leer un libro nos cambiará la vida?, ¿qué es lo que no nos cuentan los libros de la felicidad low cost?

Literatura de autoayuda

La literatura calificada como de autoayuda ha experimentado un notable auge en las últimas décadas, se estima que cada año se publican 2000 nuevos libros de autoayuda. Estamos hablando de un mercado que sabe adecuarse de forma brillante a la creciente demanda y que genera suculentos beneficios por ello.

A pesar de que su publicación masiva y uso extendido es relativamente reciente, este concepto no es nuevo: encontramos funciones similares en “manuales de buenas maneras” medievales, renacentistas… solo que éstos de creaban con el fin de elaborar un programa completo del ser humano como modelo a seguir, y sin embargo los manuales actuales se limitan a ofrecer repertorios de prácticas adecuadas a los diferentes escenarios sociales en los que se desenvuelve la persona, siendo su contenido eminentemente práctico.

Actualmente la literatura de autoayuda abarca aspectos diversos de la vida de las personas, desde los negocios hasta la autorrealización personal, pasando por el bricolaje. No obstante, uno de los ámbitos más fructíferos de este tipo de literatura es el psicológico, en el que destacan claves de cómo ser más felices.

En búsqueda de la felicidad

Desde que la revolución científica ha propiciado una serie de cambios cruciales para nuestra especie, como la invención de aparatos que nos facilitan la existencia o la posibilidad de ser más longevos, el ser humano de las sociedades más desarrolladas ya casi no tiene la necesidad de luchar por su supervivencia, así que nos concentramos en valorar cómo vivimos en vez de qué manera lograr vivir. Y aquí es donde entra esa búsqueda de la felicidad.

¿Encontrar el amor nos hace felices?, ¿la religión nos hace encontrar la felicidad?, ¿y la popularidad o el éxito?, ¿el dinero quizás?… muchos de nosotros vivimos pensando que conseguir aspectos como estos nos van a surtir de felicidad, pero habría que plantearse otras preguntas para contestar las primeras: ¿no hemos conocido grandes iconos que, alcanzando éxito, dinero, poder, belleza, han terminado con su vida por el intenso sufrimiento que experimentaban? Quizás estemos pensando que la falta de esas cosas sí nos hace sentir infelices, pero esto no quiere decir que el hecho de tenerlas nos vaya a provocar lo contrario; entonces ¿depende de factores externos o internos?, ¿es la felicidad un estado duradero?

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¿Dónde se encuentra?

Si observamos el concepto de felicidad como factor universal hay dos modelos o tendencias al respecto que pretenden clarificar por dónde buscar:

Una es la de creer que se encuentra en factores externos. A nivel individual esta forma de verlo provoca en aquel que no corra con la suerte de otros una sensación de condena y desesperanza de la que no podrá escapar a menos que cambie su suerte. Y a nivel comunitario, nos explica Michael Rustin, profesor de sociología de la University of East London, que las sociedades movidas por millones de hombres y mujeres que buscan la felicidad, se vuelven más prósperas, pero no está nada claro que se vuelvan más felices. Parece como si la búsqueda humana de la felicidad fuera un engaño. Todos los datos empíricos disponibles sugieren que entre las poblaciones de sociedades desarrolladas puede no existir una relación entre una riqueza cada vez mayor, que se considera el principal vehículo hacia una vida feliz, y un mayor nivel de felicidad.

La otra nos dice que la felicidad está controlada por factores internos. Los estoicos ya empleaban esta idea cuando decían que no existe suceso en el mundo que nos haga sentir bien o mal, sino que somos nosotros los que interpretando las cosas nos sentimos de una forma u otra; las bases del budismo nos vienen a decir algo similar haciendo hincapié en la práctica del desapego de las emociones de dicha y desdicha. La autoayuda se encontraría en este apartado llevando esta filosofía al extremo, haciendo hincapié en aquello de que “lo importante es la actitud”.

Pero si esta clave pudiese aplicarse de forma universal, ¿es cuestión de nuestra actitud el sentirnos felices o infelices ante la vivencia de determinadas desgracias de magnitud como una catástrofe natural?

La filosofía de la literatura de autoayuda puede sernos de utilidad en determinados momentos y cuestiones de nuestra vida, puede hacer que nos demos cuenta de aspectos que queremos modificar y servirnos de impulso para ello, pero ¿qué sucede cuándo no obtenemos lo que buscamos? podemos caer en la trampa de culparnos por no haber sido lo suficientemente positivos.

 

Autoayuda, cosas a tener en cuenta:

  • La mayoría de los manuales facilitan el efecto conocido como Ley de la atracción, que consiste en creer que los pensamientos son unidades energéticas que influyen de manera definitiva en la vida de la persona con ondas similares, es decir, si pienso en positivo me irá bien.
  • Esta especie de “pacto con el karma” que se promueve puede hacer que generemos expectativas irreales de lo que nos va a suceder. Porque, aceptémoslo como un dato de realidad, la vida no tiene porqué ser justa, de hecho no lo es.
  • Nada que terminemos valorando en un lugar especial para nosotros ha sido fácil de conseguir, sin esfuerzo y rápido. Sin embargo el esfuerzo, la dedicación y el compromiso son factores que suelen siempre estar presentes. Además las personas somos seres circulares, ante una situación tendemos a dar la misma respuesta por lo que obtendremos consecuencias similares. Cambiar y dar otras respuestas nos resulta complicado porque salimos de lo que para nosotros es “lo habitual”, lo conocido y lo que nos hace sentir seguros a fin de cuentas.
  • No existen mapas del tesoro, ni recetas que valgan a todos y cada uno de los compradores de autoayuda.
  • La felicidad no es un estado, es un momento. Uno no es feliz, sino que nos sentimos temporalmente felices con lo que nos sucede o alcanzamos. Ninguna de las seis emociones básicas y universales (felicidad, tristeza, enfado, miedo, asco y sorpresa) son permanentes, no las podemos controlar a voluntad; si fuese así con toda probabilidad elegiríamos y nos aferraríamos a sentir felicidad y entonces sí que seríamos felices, refiriéndonos un estado. Pero esto no es una posibilidad.

Felicidad y la naturaleza de nuestro cerebro

La felicidad consiste en aceptar que a pesar de haber deseado con mucho ahínco algo y no haberlo conseguido no pase nada. ¿Y esto por qué es así? Porque ante todo hay que descubrir y aceptar la naturaleza de nuestro cerebro para aprender a funcionar de otra manera y poder avanzar en la búsqueda.

A. Primeramente debemos entender que el cerebro no está hecho para ser felices, lo único que intenta es que sobrevivamos; y aunque se mantiene en lucha, dividido entre el deseo y el deber, sigue conservando esa función.

B. Las valoraciones que hacemos de lo que nos hace felices y la emoción de felicidad en sí se procesan a través de estructuras distintas en nuestro cerebro:

  • La emoción de miedo es la activación cerebral que nos ha permitido sobrevivir como especie, de una forma ágil nos mueve a enfrentarnos o huir de la amenaza, y esto se produce en la amígdala que es una estructura que ha permanecido a lo largo de nuestra evolución. Gracias a la amígdala procesamos emocionalmente la información.
  • Sin embargo nuestros antepasados no contaban con una parte de nuestro cerebro que sí ha ido creciendo con el tiempo situada en la denominada corteza frontal y prefrontal, donde encontramos una forma de procesar la información más lógica y reflexiva, con la que hacemos los juicios de valor.
  • Lo interesante es que la información recibida del exterior se procesa primero por la amígdala y luego llega a la corteza prefrontal, es decir, primero sentimos las emociones y luego las valoramos. Por lo que hay que asumir que no somos muy buenos prediciendo lo que nos hará felices.

C. La genética influye más de lo que pensamos. El psicólogo social Jonathan Haidt, en The Happiness Hypothesis, nos presenta la teoría de que a algunas personas, por cuestiones que ellas no eligen, les resulta más fácil ser felices que a otras. Esta tendencia viene determinada por una “lotería cortical” con la que venimos programados ya de base: personas que muestran mayor activación en la corteza izquierda tienden a ser más felices, sentir menos vergüenza y ansiedad, mientras que las que tienen mayor activación en la corteza derecha vienen con un sistema de alejamiento muy activo y se vuelven fácilmente reactivos, tímidos, existiendo en ellas una mayor propensión a la depresión, tristeza, y/o ansiedad.

D. Se ha identificado una característica de nuestro procesamiento cerebral llamada Sesgo de negatividad que consiste en la tendencia a fijarse en las cosas negativas antes que en las positivas, y por tanto a fijarnos en los peligros (y sobreestimarlos) antes que a los beneficios. Esto es algo que nos ayudó a la supervivencia de la especie en nuestros inicios, y aunque hemos evolucionado y vivimos en una sociedad perfectamente segura, nuestro cerebro reacciona igual que el de nuestros antepasados.

Por lo que nos será difícil encontrar la felicidad si nuestro cerebro busca lo negativo. ¿Puedes recordar alguna situación en la que no te haya ido tan mal y a la que terminaste poniéndole “peros”?, otro ejemplo, identifica las veces que te has comparado con los demás, ¿en cuántas de esas comparativas salías ganando y en cuántas perdiendo?… lejos de buscar la felicidad tenemos la tendencia a buscar sentirnos mal, nos autosaboteamos.

E. Existe un proceso de aprendizaje llamado habituación. Nos habituamos muy rápido a lo que nos parece bueno, y ya una vez conseguido nos da más igual, por lo que tenderemos a buscar algo mejor. A la par, cuando experimentamos cambios vitales difíciles, como una ruptura o pérdida, el tiempo de habituación suele darse al cabo de un año, es decir que pasado un año los niveles de satisfacción-insatisfacción retornan al inicio, nos recuperamos o acostumbramos a las circunstancias que cambiaron. Para bien o para más las personas nos habituamos a todo.

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Comprenderse, aceptarse

Tras lo que acabamos de leer nos puede parecer que planteamos un panorama más desolador que fértil pero, lejos de eso, lo que os presentamos es una serie de conceptos a tener en cuenta que nos permitan entendernos, aceptar nuestra predisposición natural y a partir de ahí trabajar para construir. Esta visión objetiva quizás choque con la serie de postulados y recetas positivistas que encontramos en la literatura de autoayuda, pero quizás nos haga enfrentar los sentimientos que desarrollamos a través de las vivencias con otra óptica.

Procedimientos que nos ayudan a moldear nuestro estilo afectivo o “lotería cortical” pueden ser:

a) Meditar. Aprender y practicar asiduamente la meditación se ha demostrado experimentalmente que es una práctica que incide sobre la activación cortical izquierda, provocando efectos beneficiosos sobre la salud. Mejora la empatía, disminuye la ansiedad, desarrollando estilos de confrontación diferentes.

b) Farmacología. los antidepresivos funcionan aumentando el nivel de serotonina en el cerebro. Tras dos semanas nuestro sistema ha pasado por el periodo adaptación, disminuyendo la sintomatología, si persiste su administración en el tiempo nuestra predisposición cambia y podemos observarnos más positivos y abiertos a experiencias, pero no debemos olvidar que si sólo nos acogemos a esta vía, no desarrollaremos por nosotros mismos herramientas de afrontamiento y dependeremos de ella de por vida.

c) Terapia cognitiva. Desarrollada por Aaron Beck y llevada a cabo por innumerables profesionales de la salud mental. Con este tipo de terapia podemos trabajar pensamientos negativos acerca de nosotros mismos, del mundo y del futuro, que influyen en nuestras emociones y actitudes. No olvidemos que usualmente reaccionamos de forma estandarizada a través de esquemas (pensamientos automáticos aprendidos y no cuestionados, automatizados, llamados distorsiones cognitivas) que dependen de los estilos afectivos. Cuando nos hacemos conscientes de esos patrones de pensamiento con el profesional –recordemos que cuando nos sentimos mal nos estamos diciendo cosas que nos hacen sentir mal-, podemos llevar a cabo un proceso en el que cuestionar nuestros pensamientos con objetividad, en ocasiones necesario, llamado reestructuración cognitiva.

d) Tener en cuenta que la felicidad no está en conseguir la meta, sino en estar predispuesto a vivir experiencias en el camino hacia nuestro objetivo último. Hacer cosas nuevas es un potente activador y nuestra mente disfruta más y durante más tiempo aprendiendo y progresando que cuando hemos llegado a la cúspide, cuyo placer sentimos que dura mucho menos.

e) La felicidad no es seguridad, es aceptación. Aceptar que la felicidad es un proceso irónico: aquello contrario a lo que deseamos, ya que cuando intentamos controlarlo se estropea. Al vigilarnos desde el pensamiento positivo para no tener pensamientos negativos el pensamiento no deseado está aún más presente, por lo que la autoyuda no enseña a la persona a afrontar circunstancias difíciles; sin embargo sí nos ayudan procedimientos para cultivar una actitud objetiva, que significa aceptar que a veces nos pasan cosas dolorosas y, pese a ello, comprobar que no es el fin del mundo.

«Esperar una felicidad demasiado grande es un obstáculo para la felicidad.»

Bernard Le Bouvier de Fontenelle