Somos seres individuales sociables que vivimos en relación. Es la relación con los demás que da sentido a nuestra existencia; sin el otro no existiríamos porque es él que nos da significado, es nuestra memoria andante y nuestro espejo.
Crecer acompañado es algo que enriquece y nutre de bienestar, pero en una sociedad como la nuestra, idolatradora del caos y de la satisfacción inmediata es difícil encontrar la calma en la calma.
En el silencio surge la angustia, no sabemos estar solos y, por consiguiente no sabemos esperar. De repente, en la era de la tecnología, esperar surge como un valor en desuso donde nadie le encuentra sentido. ¿Esperar? ¿Pero para qué?
Esperar para crecer, esperar para dejar el otro crecer, esperar para admirar, valorar, enorgullecerse. ¡Esperar para encontrar!
Cualquier relación puede volverse tóxica sino le damos un tiempo, si no le damos espacio. Si lo único que me hace falta es estar solamente con una persona entonces sabemos que esa relación si es duradera no es sana, sabemos que los criterios que llevan a esa dependencia no son los más adecuados, sabemos que hay prisión.
En casos de depresión, por ejemplo, se suele aconsejar que la persona tenga por lo menos dos confidentes; y no es por acaso que se hace esta recomendación.
Todo tipo de relación necesita variedad y espacio para mantener una dinámica saludable. En el espacio pueden entrar otras personas, hobbies, soledad, todo lo que sea necesario y que aporte bienestar.
La soledad suele ser bienvenida cuando sabemos que tenemos alguien, no obstante la soledad impuesta muy a menudo causa tristeza, angustia, pena… Es curioso que en una sociedad tan individualista como es la occidental nos cueste crecer en la calma, en el silencio, es curioso como es fácil encontrar gente que no consigue meditar, que le angustia hacer relajación…
No estar pegado a nadie 24/7, en cualquier tipo de relación, es un acto de generosidad que permite al otro volar y al propio crecer. La libertad en una relación es la mayor prueba de amor.