Falta de aire, pulso acelerado, opresión en el pecho… son síntomas que conocen muy bien quienes padecen ansiedad. Un trastorno que llena las consultas de los médicos, de los psicólogos y de los psiquiatras, que mueve miles de millones de euros en medicamentos y que en 10 años se convertirá en un auténtico quebradero de cabeza para las autoridades sanitarias de los países desarrollados.
«En 2030 la ansiedad será el principal problema de salud, junto a la depresión», señala Carmen Sandi, presidenta de la Federación Europea de Sociedades de Neurociencias. Sandi trabaja en Suiza y estos días está en Alicante para presentar sus investigaciones sobre el estrés y su influencia en las capacidades cognitivas en el marco del Congreso Nacional de Neurociencias que se celebra hasta mañana en el ADDA.
¿Pero, cuáles son las causas de que este trastorno se haya convertido en el mal del siglo XXI? Para la experta en neurociencias la respuesta habría que buscarla no sólo en la crisis, también en otros problemas propios de la sociedad del último siglo. «Las amenazas por el terrorismo y por el cambio climático generan incertidumbre y sin duda serán un factor que dispare los casos de ansiedad», afirma Sandi.
El problema no es menor si se analizan los problemas de salud que a largo plazo genera el hecho de sufrir constantemente ansiedad. Y es que, en dosis pequeñas, la ansiedad no es mala, es más, responde a un mecanismo evolutivo. A nuestros ancestros les servía para ponerse a salvo de depredadores y otros peligros. El problema viene cuando ésta se convierte en patológica; en un estado de ánimo permanente. Las consecuencias sobre la salud, entonces, pueden ser muy graves. «Estar constantemente en alerta produce excitotoxicidad en las neuronas, es decir, las daña». Una generación de jóvenes que constantemente sufren ansiedad serán de mayores personas con más problemas físicos y un mayor deterioro cognitivo. También a nivel social habrá un deterioro de las relaciones. «La gente con problemas de ansiedad se vuelve más huraña, más agresiva y menos motivada», explica Sandi.
Ante este panorama, la neurocientífica cree que los gobiernos deben coger el toro por los cuernos y diseñar campañas, como ya se ha hecho con el tabaco o el alcohol, para alertar a la población sobre este problema de salud pública. «Hay que informar a la gente para que reconozca los síntomas de la ansiedad y sepa cuáles son sus consecuencias».
A través de estudios con ratones han podido demostrar que el rango social influye en cómo nos afecta una situación de estrés. «Cuando sometemos a los animales de forma separada a una situación de estrés, vemos que los dominantes son los más vulnerables porque pierden su estatus».
También se ha visto que la ansiedad influye en la capacidad competitiva de las personas y en su confianza. «Las personas menos ansiosas saben venderse mejor. Los ansiosos tienen menos confianza en sí mismos, al final se vuelven como ratones».
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