William Osler, uno de los grandes iconos de la historia de la medicina del S.XIX, dijo en una ocasión: los órganos lloran las lágrimas que los ojos se niegan a derramar.
En la actualidad tenemos muy presente la influencia que puede provocar en nuestro cuerpo la gestión que hacemos de las emociones y formas de enfocar nuestro día a día, así como que una complicación de nuestra salud física puede hacer que modifiquemos nuestra manera de pensar. La interacción mente-cuerpo es un hecho, y para ilustrar las complicaciones que ésta puede conllevar se ha desarrollado el término enfermedad psicosomática, el cual describe un proceso en el que la armonía se rompe y aparecen alteraciones físicas causadas por un conflicto mental de base.
Siguiendo con esta forma de presentación de enfermedad, nos encontramos con los trastornos funcionales, que se caracterizan porque la persona que los padece (tras haberse sometido a diversas pruebas médicas) no presenta ninguna alteración bioquímica o estructural que pueda justificar la naturaleza de los síntomas. En este sentido el Síndrome de Intestino Irritable (SII) se considera un ejemplo claro de trastorno funcional digestivo.
Esta dolencia es bastante joven, su historia se remonta al siglo XIX aunque no fue hasta la segunda década del siguiente cuando se acuñó con el término de colitis mucosa. Desde entonces ha variado de nomenclatura en diversas ocasiones, pudiendo encontrarla como espasmo colónico, distensión abdominal, diarrea funcional, trastorno funcional intestinal no especificado, colon irritable o síndrome de colon irritable; hasta la actualidad, en la que la comunidad médica decide más acertado denominarlo como Síndrome de Intestino Irritable (SII). Con ello se desea hacer hincapié en que no se trata de una enfermedad sino de un síndrome, es decir, un conjunto de síntomas o signos que muestran relación entre sí y que forman parte de un cuadro patológico que en ocasiones viene dado por la concurrencia de distintas causas; y por otro lado, que las alteraciones motoras y sensitivas no sólo se limitan al colon sino que a menudo implica otras partes del tubo digestivo, concretamente al tracto gatrointestinal medio-bajo.
¿En qué consiste el Síndrome de Intestino Irritable?
En los últimos años la comunidad clínica ha adoptado los llamados «criterios Roma», fruto de reuniones periódicas por varios comités de expertos, para un consenso y puesta en común de lo que caracteriza a este síndrome. En su tercera edición los criterios de Roma III especifican lo siguiente:
Para que sea diagnosticado un SII, la persona tiene que haber experimentado dolor o disconfor (entendido este como una sensación desagradable que no llega a experimentarse como dolor) recidivante, asociado a un cambio en la frecuencia o consistencia de las deposiciones. Siendo necesario que estos síntomas se diesen al menos 3 días al mes durante como mínimo los últimos 3 meses, y haber comenzado 6 meses antes de que pueda ser diagnosticado.
Según esto existirían cuatro subtipos de SII:
a) Con predominio de estreñimiento (SII-E)
b) Con predominio de diarrea (SII-D)
c) Con patrón alternante o mixto: según la ocasión heces duras o «sueltas».
d) Con patrón indefinido: en donde la deposición de las heces presenta una anormalidad insuficiente para reunir los criterios expuestos de las demás categorías.
También hay otra serie de síntomas que no forman parte de los criterios Roma pero pueden apoyar el diagnóstico, como son la urgencia defecatoria, el esfuerzo defecatorio excesivo, quedarnos con la sensación de evacuación incompleta, emisión de moco en la deposición o la sensación de hinchazón abdominal.
En muchas ocasiones podemos confundir determinadas irregularidades digestivas con los síntomas del síndrome de intestino irritable, por lo que se hace necesario aclarar qué no sería un SII:
- Periodos cortos de alteración del ritmo intestinal, que pueden propiciarse por diversas circunstancias como por viajes, situaciones concretas de estrés o cambios drásticos en la dieta.
- Tengamos en cuenta que estos hechos son frecuentes en la población general, y que en el síndrome del que hablamos es necesario que los síntomas aparezcan durante un periodo mínimo de tiempo.
- La presencia de diarrea o estreñimiento crónico, sin causa orgánica identificable, no se puede considerar un SII si no se acompaña de dolor o molestia abdominal.
- Al contrario, si existe presencia de dolor o molestia abdominal pero no hay alteraciones en la frecuencia o consistencia de las deposiciones tampoco se estaría tratando de un posible SII.
- La dolencia abdominal desde el ombligo hacia la parte superior, lo que se denomina hemiabdomen superior, y lo que podríamos considerar como sensación de plenitud o pesadez, tampoco sería un síntoma incluido en el SII.
- Si las flatulencias son nuestro principal síntoma, es necesario descartar otras posibles complicaciones como aerofagia o quizás porque sea debido a una intolerancia a la lactosa o fructosa, así como por una enfermedad celiaca o un síndrome de sobrecrecimiento bacteriano.
- Si nos identificamos con un trastorno endocrinometabólico, como por ejemplo diabetes o hipertiroidismo, el SII queda descartado ya que éste exige la ausencia de anomalías bioquímicas que puedan explicar los síntomas gastrointestinales.
Se estima que este síndrome lo experimenta entre el 10-18% de personas en los países occidentales, y más concretamente en España el 7,8%, aunque no todos requieren atención médica durante su evolución y, por otro lado, tengamos en cuenta que no todas las personas que lo padecen acuden a las consultas. Suele ser diagnosticado al doble de mujeres que de hombres, y es más común en edades jóvenes, antes de los 30 años, aunque también se ha encontrado una segunda incidencia en edades avanzadas de entre 65 y 75 años.
En las últimas décadas la comunidad médica ha tratado de centrar la atención en el desarrollo de la investigación pero también hacia el cuidado del paciente, ampliando el enfoque a un modelo biopsicosocial. Y es que es importante no sólo tener en cuenta los factores biológicos para su tratamiento, los psicológicos y sociales también tienen mucho que decir al respecto.
No se ha determinado una única causa que explique la aparición de este síndrome, sin embargo los síntomas pueden ser entendidos como una interacción de varios factores fisiológicos como alteraciones en la motilidad intestinal, hipersensibilidad visceral o disfunciones en el eje cerebro-intestino, y a su vez, modificables por influencias socioculturales y psicosociales.
Los investigadores Blomhoff, Spetalen, Jacobsen y Malt compararon la reactividad rectal ante una serie de palabras de contenido emocional, y comprobaron que había una disminución o aumento del tono rectal frente a palabras relacionadas con la ira, la tristeza y la ansiedad, en los tres casos más de un 70% de las personas reaccionaron frente a ellas. Los autores destacaron que no conocemos bien los cambios de la actividad intestinal frente a experiencias emocionales.
Los estresores sociales, así como aspectos psicológicos como la autoexigencia, frustración, baja autoestima, necesidad de aprobación social, y rigidez para el cumplimiento de las normas sociales, trastornos relacionados con la ansiedad, depresivos agravados, o por somatización pueden desempeñar un papel importante en la manifestación del SII. Las personas que reaccionan desproporcionadamente a las molestias físicas o desarrollan un miedo intenso a experimentar una enfermedad, así como las que han referido haber vivido alguna situación de estrés inmediatamente antes de su aparición como dificultad en el trabajo, muerte de algún familiar, intervenciones quirúrgicas, problemas de pareja, historia de abuso físico o sexual, etc. se observa que presentan una exacerbación de los síntomas en época de estrés, acuden continuamente a consultas, son los que requieren atención médica y no suelen hallar mejorías con el tratamiento farmacológico; por el contrario los que presenta una actitud más positiva ante la enfermedad y una gestión del estrés más estable requieren menor atención.
Por lo que parece que la forma de gestionar nuestra situación y los acontecimientos que nos sobrevienen, condicionan la forma de vivir y aceptar la enfermedad, así como probablemente la respuesta a la medicación: una mala gestión del estrés que los síntomas pueden generarnos suele jugar un papel importante en el mantenimiento o el agravio de la sintomatología. En conclusión, una cierta predisposición biológica puede favorecer la aparición de molestias intestinales y, éstas a su vez, pueden exacerbar dichos rasgos psicológicos, dando como resultado una espiral recurrente de la que en ocasiones puede parecer difícil salir.
Las causas son muchas, como también muchos pueden ser sus efectos. El SII tienen un impacto indirecto en la persona, el dolor constituye una de las condiciones que más afecta, así como la preocupación por las limitaciones que éste puede conllevar, produciendo en ocasiones un deterioro significativo en la vida emocional, social, laboral y otras áreas importantes en la vida de la persona, llegando a establecerse un ritmo disfuncional. El miedo, el agotamiento, la preocupación y el cansancio se apoderan de estas personas, desarrollando percepciones íntimas de calidad de vida deteriorada, falta de control, ansiedad y depresión en muchos casos.
El síndrome de intestino irritable es una problemática tan compleja que para su tratamiento es importante no sólo hacer uso de medicamentos adecuados que puedan paliar la intensidad de los síntomas o regulen la actividad motora intestinal, sino también visitar a un especialista para informarnos respecto al síndrome y dejarnos recomendar por él si fuese necesaria alguna indicación dietética o modificación de hábitos, así como combinarlo con psicoterapia, trabajando con la aceptación de nuestros síntomas, hablando de nuestras emociones durante el proceso y del propio cuerpo. Abordando nuestro estado físico, emocional y social.
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