Existen temores de baja y de alta intensidad que no siempre están justificados. Tener pavor a las serpientes entraría en la segunda categoría. La probabilidad de encontrar un animal peligroso en una ciudad es ínfima y, aunque nos puedan aterrar, se consideran miedos de poso reducido. Se trata de un temor que no nos afecta o perjudica en el día a día. Por el contrario, los de baja intensidad, más cotidianos (como el pánico a sufrir un accidente de coche o un robo), están siempre ahí y, precisamente por eso, acaban influyendo en nuestro carácter.
Así como los miedos de alta intensidad pueden ser completamente personales (serpientes, arañas, atentado terrorista…), los cotidianos constituyen a menudo territorios comunes determinados culturalmente. Sin embargo, hay fobias que compartimos con mucha otra gente. Los usos y costumbres de cada sociedad forjan una serie de manías que se reiteran en los individuos. Por ejemplo, si hace el ejercicio de escribir en un buscador de Internet las palabras “miedo a…”, la propia herramienta completará la frase de acuerdo a las búsquedas que han hecho otras personas. A mí me ha sugerido: temor a conducir, a la muerte, al compromiso o a volar. Curiosamente, si lo escribo en inglés (Fear to), el buscador indica miedo a las alturas, al fracaso y a la oscuridad. Solo el pavor que nos da montarnos en un avión coincide en los dos idiomas. Por el motivo que sea, parece que a los anglosajones les aterrorizan otras cosas que a los castellanoparlantes.
Estados Unidos y Reino Unido suelen publicar en revistas especializadas de psicología o psiquiatría los miedos más comunes de su población. Los resultados varían, pero, sea cual sea la fuente consultada, hay una serie de temores compartidos en la cultura occidental. Uno de los más comunes es hablar en público, un temor casi inexistente en ámbitos rurales o países en vías de desarrollo. Volar es otra de las grandes fobias de la población de los países desarrollados. Le siguen la aracnofobia (a las arañas) y la mictofobia (a la oscuridad). Es curioso, porque todas estas estadísticas revelan que las principales fobias responden a cosas que difícilmente van a suceder. Si son fenómenos improbables, ¿por qué los tememos? Porque es la cultura lo que los determina y no los hechos.
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