Hoy abrimos la puerta al conocimiento de un problema de ansiedad poco conocido y escasamente estudiado por la comunidad científica llamado emetofobia o miedo al vómito. Aunque pueda parecer una dolencia rara, no es trivial, por lo que es importante tratar de delimitar qué aspectos conlleva para intentar no confundirla con otras o viceversa.

Para empezar a saber en qué consiste exactamente este intenso miedo diremos que en la última edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales o DSM-V publicado por la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (APA), la emetofobia se entiende como una fobia específica, es decir, un miedo o ansiedad intensa por un objeto o situación específica. Sin embargo, para que dicho miedo o ansiedad pueda ser diagnosticado como tal, es necesario que cumpla con determinados criterios como que ante la exposición al estímulo temido provoque una respuesta de ansiedad inmediata; la persona tienda a evitar la situación de forma activa (intencionadamente) o, si se resiste a ello, ésta le evocará un intenso miedo; el miedo o la ansiedad experimentada es desproporcionado al peligro real que plantea; el miedo, la ansiedad o la evitación son persistentes en el tiempo, teniéndose que dar a lo largo de seis meses o más; causa un malestar clínicamente significativo o áreas importantes del funcionamiento de la persona, como social o laboral, se ven afectadas; y a su vez este tipo de alteración no se puede explicar mejor por los síntomas de otro trastorno mental.

Dicho esto, en el caso de las personas con emetofobia, la situación concreta que les provoca esa ansiedad intensa es el hecho de vomitar, ver a otras personas vomitando y/o incluso la posibilidad de que se den este tipo de actos, anticipando algo que finalmente no tiene porqué darse. Esto quiere decir que su ansiedad puede verse disparada repentinamente al encontrarse con un vómito por la calle, escuchar a alguien vomitar, su simple olor o sabor (ya sea real o imaginado), o pueden evitar hablar de la palabra vómito, por temor a que les provoque imágenes mentales o sensaciones relacionadas con este fenómeno como son las náuseas. De hecho, como veremos más adelante, las náuseas aparecen como un factor importante a la hora de observar este trastorno de ansiedad según un trabajo publicado encabezado por la psicóloga alemana y actualmente investigadora de neurología Yvonne Höller. Aparece también asociado a esta fobia, y por tanto a la ansiedad, factores como el miedo a la asfixia y el miedo a perder el control.

El vómito es uno de los pocos estímulos universalmente aceptados como evocadores de ese sentimiento de repugnancia y náuseas. Las náuseas se definen como una sensación incómoda y desagradable relacionada con el sistema gastrointestinal. En muchas ocasiones las náuseas son síntomas provocados en nosotros por estímulos externos (como percibir olores o imágenes que nos son desagradables), pero también pueden experimentarse por causas del funcionamiento interno de la persona, como el hecho de que estemos pasando por procesos de ansiedad en nuestra vida, sea cual fuere la situación detonante. Sin embargo, para las personas con emetofobia, las náuseas son vividas más allá de una sensación desagradable. Entonces ¿qué diferencias hay en cuanto al plantemiento de las sensaciones?

Un trabajo reciente (Van Overveld M., de Jong P., Peters M., van Hout W., Bouman T., 2008) expuso que los pacientes con fobia al vómito, en comparación con un grupo de personas que no presentaban este miedo, mostraban dos aspectos relevantes, diferentes pero que mantenían relación: el primer fenómeno se trata de una mayor propensión al disgusto (rapidez con la que el individuo siente repugnancia), y un segundo aspecto que concuerda con una mayor sensibilidad al asco (el grado de incomodidad que puede llegar a sentir según evalúe la situación como experiencia negativa más o menos intensa). A pesar de que los dos fenómenos son frecuentes en emetofóbicos, la sensibilidad sería un mejor predictor de problema, puesto que la interpretación que se hace de las sensaciones es lo que le lleva a la persona a experimentar ese grado tan intenso de malestar. En estos casos las náuseas se identificarían como un potencial precursor de la situación temida relacionada con vómitos.

Según se puede extraer del estudio realizado por Yvonne Höller, Mark van Overveld, Heili Jutglar y Eugen Trinka publicado en el 2013, lo que les puede suceder a estas personas es que físicamente ante signos mínimos de la actividad de digestión o reacciones estomacales, interpreten erróneamente las sensaciones, creyendo que son indicadores de futuras sensaciones de náuseas (algo asociado a situaciones catastróficas en las que terminarán vomitando), dando lugar a un aumento de su ansiedad que, a su vez, conduce a las náuseas per se. Paradójicamente, cuanta más atención le prestan a los síntomas gastrointestinales, más probabilidades existe de que puedan percibir las náuseas, y a su vez, ante el temor de náuseas como antecedente del vómito, tienden a atender selectivamente a esta sensación con la intención de evitarla, lo que perpetúa la hipervigilancia gastrointestinal. Finalmente la persona se ve metida en un círculo vicioso en el que cuantas más nauseas advierte, más miedo experimenta; miedo que le conduce a un aumento de la hipervigilancia y, por tanto, a sentimientos intensos de náuseas.

emetofobia

Diversos autores (Boschen, M, 2007.; Veale, D., 2009) concluyen que a menudo los pacientes con emetofobia no son conscientes de que la náusea puede ser una consecuencia de su hipervigilancia a los síntomas gastrointestinales. En cambio, atribuyen la causa de las náuseas a problemas físicos (Veale, D.; Lambrou, C., 2006; Veale, D., 2009). Las personas solemos tener nuestras propias teorías acerca de las circunstancias que pueden provocarnos este tipo de malestar, asumiendo en numerosas ocasiones que se debe al consumo de determinados alimentos, a factores psicológicos como el estrés o a problemas de salud.

Ante esto es habitual que la persona desarrolle conductas que cree que eliminan, o al menos disminuyen, las sensaciones y por ende la probabilidad de vomitar. Estos comportamientos se llevan a cabo de forma activa, aunque también la evitación puede desencadenarse a través de actos mentales encubiertos, con el objetivo de prevenir “la enfermedad” o el vómito, tanto propio como ajeno. Buscando la tranquilidad a través de estrategias como:

  • Comprobar (en ocasiones compulsivamente) las fechas de caducidad de los alimentos, no consumiendo bajo ningún concepto los que se hayan pasado del límite establecido.
  • Eliminar determinados alimentos de su dieta como huevos crudos, carne cruda, pescado, leche y productos lácteos, alimentos grasos o la comida rápida. Así como suprimir bebidas con alcohol.
  • Cocción excesiva de los alimentos a la hora de cocinarlos.
  • Excesiva limpieza y lavado de manos, haciendo muchas veces uso de productos anti-bacterianos.
  • Beber agua embotellada.
  • Evitar situaciones en público que pueden aumentar su riesgo de vómitos: viajes, parques de atracciones, hospitales, bares o discotecas donde puedan ver a otras personas vomitando, lugares donde los niños juegan, tener contacto con bebés, etc.
  • En el caso de las mujeres pueden llegar a evita el contraer embarazo.

En todos ellos existe revisiones mentales previas en las que el control de la situación, propia o ajena, se hace necesario para estas personas, dado que son percibidas como amenazas con alta probabilidad de tener contacto de alguna manera con vómitos. La imaginación les lleva a los peores escenarios posibles, y la activación de los recuerdos autobiográficos, a su vez, mantienen el miedo a vomitar (Price, K.; Veale, D.; Brewin, C., 2012; Veale, D.; Murphy, P.; Ellison, N.; Kanakam, N.; Costa, A., 2013). El hecho de que lleven a cabo estas estrategias y evitaciones sistemáticas hace que las personas no se den la oportunidad de comprobar la veracidad de sus interpretaciones acerca de tales situaciones, perpetuando y acentuando el miedo a exponerse a las mismas.

Observamos que no son banales las consecuencias de estas conductas evitativas para la persona: el hecho de que en muchos casos regulen estrictamente su dieta, provoca desequilibrios en su organismo, pudiendo llegar a sentirse débiles o más cansados de lo normal tanto en su trabajo como realizando actividades en su tiempo libre; Influye en su ámbito social ya que en ocasiones sienten que no pueden comer delante de otras personas, por lo que suelen rechazar invitaciones o planes en torno a comidas o cenas organizado por su entorno social; quizás suceda que un tiempo determinado antes de salir de casa se prohíban a sí mismos ingerir alimentos por el temor a una mala digestión que acabe en vómito en público. De tal manera que su día a día gira en torno a la necesidad de controlar la ingesta y las situaciones en las que la náusea pueda aparecer. Y a pesar de ser poco frecuentes en comparación con las fobias específicas en general, la emetofobia puede conducir a un deterioro significativo, y a la reducción de la calidad de vida de la persona bastante notable.

Una vez conocida esta problemática que hasta ahora ha resultado bastante silenciosa, hemos de saber que estos síntomas pueden confundir tanto a la persona que la sufre, como a su entorno y/o a los profesionales que tratan de ayudarlos. En numerosas ocasiones el hecho de restringir la comida (y posiblemente la posterior disminución del peso) puede llevar a pensar que es un problema relacionado con un trastorno de la alimentación como la anorexia nerviosa, bulimia o la fagofobia (o miedo a tragar); el desarrollo de determinados rituales con la comida puede dar lugar a errores diagnósticos confundiéndolo con un trastorno obsesivo-compulsivo únicamente; incluso el evitar determinados lugares o la restricción de encuentros sociales, puede hacer pensar a las personas que está relacionado con un trastorno de pánico, agorafobia o fobia social.

Si creemos que la naturaleza de este problema es el que nos está afectando a nosotros, dependiendo de en qué punto del proceso estemos, sería interesante valorar la posibilidad de comentar nuestro caso con un nutricionista o médico que nos orientase para regular en la medida de lo posible unos niveles de ingesta y aportes alimenticios saludables para nuestro organismo en función de su nivel de actividad y, si se pudiese, ponernos en manos de un profesional de la salud mental conocedor de las posibles diferencias que conlleva el miedo a vomitar con respecto a otro tipo de trastornos. Los tratamientos psicológicos que suelen llevarse a cabo en el ámbito cognitivo-conductual y el que resulta más eficaz (como ante cualquier otro problema relacionado con la ansiedad) es la exposición al estímulo temido, técnica que de modo gradual y controlado puede hacer que nos expongamos a las señales de nauseas y/o al vómito a través de imaginación, imágenes, videos, e incluso in vivo; técnicas que combinadas con la psicoeducación de la problemática y conjuntamente llevando a cabo técnicas de exposición interoceptiva, que nos ayuden a aprender a vivenciar nuestras propias sensaciones sin necesariamente desarrollar interpretaciones negativas asociadas, hace que la persona pueda re-aprender a experimentar su cuerpo, aumente su tolerancia ante determinadas señales físicas y contraste sus creencias ante lo que puede llegar a suceder.

Referencias citadas:

Boschen, M. Reconceptualizing emetophobia: A cognitive-behavioral formulation and research agenda. J. Anxiety Disord. 2007, 21, 407–419.

Höller, Y., van Overveld, M., Jutglar, H., & Trinka, E. (2013). Nausea in Specific Phobia of Vomiting. Behavioral Sciences, 3(3), 445–458.

Price, K.; Veale, D.; Brewin, C. Intrusive imagery in people with a specific phobia of vomiting. J. Behav. Ther. Exp. Psychiatry 2012, 43, 672–678.

Van Overveld M., de Jong P., Peters M., van Hout W., Bouman T. An internet-based study on the relation between disgust sensitivity and emetophobia. J. Anxiety Disord. 2008;22:524–531.
Veale, D.; Lambrou, C. The psychopathology of vomit phobia. Behav. Cogn. Psychother. 2006, 34, 139–150.
Veale, D. Cognitive behaviour therapy for a specific phobia of vomiting. Cogn. Behav. Ther. 2009, 2, 272–288.

Veale, D.; Murphy, P.; Ellison, N.; Kanakam, N.; Costa, A. Autobiographical memories of vomiting in people with a specific phobia of vomiting (emetophobia). J. Behav. Ther. Exp. Psychiatry 2013, 44, 14–20.