Una vez más hablamos de la importancia de nuestras emociones y cómo pueden llegar a relacionarse con cambios en nuestro organismo. En esta ocasión nos preguntamos de qué manera el estrés, que tan a menudo podemos experimentar con nuestro estilo de vida general actual, influye sobre nosotros y produce cambios fisiológicos, en concreto sobre nuestra presión arterial. ¿Existe una especie de tensión emocional?

La sensación de estrés se genera cuando valoramos que las dificultades que supone enfrentarnos a las circunstancias que nos rodean en la vida superan nuestras capacidades para enfrentarlas, es en esos momentos cuando nos exigimos rendir muy por encima de nuestros niveles normales, provocándonos ese estado de cansancio mental y tensión. Si el estrés es algo que convive en nosotros como algo habitual y continuado, automatizamos ese estado de alerta y nuestro cuerpo intentará sobrellevarlo a través de reacciones psicosomáticas, entre las que se encuentran el aumento de nuestra tensión arterial.

¿Qué es la Hipertensión arterial?

Para llegar a entender la hipertensión arterial es necesario que primeramente conozcamos el proceso fisiológico normal de la presión arterial. La presión arterial es la fuerza que ejerce la sangre sobre la pared de las arterias, dicha presión depende del gasto cardiaco (que es la cantidad de sangre bombeada por el corazón en un minuto) y de la resistencia que oponen las arterias al paso de la sangre (resistencia vascular).

tensión arterial

La presión arterial se expresa en centímetros o milímetros de Hg (mercurio) mediante dos cifras diferentes: la diastólica, que corresponde a la diástole o relajación del corazón y que coloquialmente entendemos por mínima, y la sistólica o máxima, que corresponde a la sístole o contracción del corazón. Los que actualmente se consideran como valores normales de la presión sanguínea son los siguientes:

  • La presión sistólica entre 10 y 14 cm de Hg (100 y 140 mm)
  • La presión diastólica entre 6 y 9 cm de Hg (60 y 90 mm)

Se habla de hipotensión arterial si la tensión es inferior a 100-60mm Hg, es decir, 100mm Hg de presión sistólica (máxima) y 60mm Hg de presión diastólica (mínima).

Según la American Heart Association la presión arterial alta o hipertensión en los adultos se define como una presión sistólica igual o superior a 140mm Hg; o una presión diastólica igual o superior a 90mm Hg.

Pero no nos tomemos esto al pie de la letra en todo momento y para todos los casos porque con la edad la tensión tiende a subir, puesto que los vasos sanguíneos pierden elasticidad, así que los valores normales de presión arterial son algo más elevados durante la edad adulta que en las etapas previas. Además, en el transcurso de las 24 horas del día la presión arterial varía en forma oscilatoria: Al despertar y en las primeras horas de la mañana, las cifras son más elevadas; a medida que trascurre el día van disminuyendo, y durante el sueño normal se reducen alrededor de 15%.

Un dato interesante acerca de esa oscilación de la presión arterial es que también puede llegar a variar significativamente si la registramos durante momentos de estrés físico o psíquico, será más alta que en sedación o reposo.

¿Por qué se produce? más del 90% de los casos no tiene una causa única ni conocida en donde exista un factor concreto que pueda ocasionar la hipertensión, en estos casos es conocida como hipertensión arterial esencial (HTA). Existirán causas que queden fuera del control de la persona como son la herencia o carga genética, el género y la edad; y habrá otros factores considerados de riesgo que pueden ser parte del estilo de vida que llevemos, en cuyo caso podremos controlar modificándolos, como el sobrepeso, tabaquismo, nivel de actividad física, hábitos de alimentación, ingesta de sal, consumo excesivo de alcohol y el estrés, entre otros.

Las emociones y la tensión: reacciones fisiológicas

Las emociones y el estrés tienen una importante función adaptativa, sin embargo, bajo determinadas condiciones, el estrés puede generar estados emocionales nocivos como la ansiedad y la depresión que pueden tener un papel desencadenante o agravante en determinados trastornos como la hipertensión arterial esencial (HTA).

Tengamos en cuenta que el cuerpo reacciona ante las situaciones que la mente considera amenazantes activando el sistema nervioso y ciertas hormonas para hacer frente a la dificultad:

  • El hipotálamo envía señales a las glándulas adrenales para que produzcan más adrenalina y cortisol, con el fin de ser liberadas al torrente circulatorio.
  • Estas hormonas aumentan la frecuencia cardíaca, la frecuencia respiratoria, la presión arterial y el metabolismo.
  • Los vasos sanguíneos se ensanchan para permitir una mayor circulación sanguínea hacia los músculos, poniéndolos en alerta.
  • Las pupilas se dilatan para mejorar la visión.
  • El hígado libera parte de la glucosa almacenada para aumentar la energía del cuerpo.
  • Y el cuerpo produce sudor para refrescarse.

Todo este conjunto de cambios fisiológicos que provoca el aumento de actividad del sistema nervioso autónomo simpático y, a su vez, la disminución de la actividad del sistema nervioso autónomo parasimpático, preparan a la persona para reaccionar rápida y eficazmente cuando siente tensión emocional.

De acuerdo a la Sociedad Española de Hipertensión, “las situaciones vitales y el estrés también pueden desempeñar un papel importante en el desarrollo y mantenimiento de la hipertensión arterial”. Desde el punto de vista epidemiológico se sabe que las personas que han sobrevivido a catástrofes naturales o bélicas muestran niveles elevados de presión arterial que se prolongan semanas o meses tras las mismas y luego vuelven a la normalidad.

El problema es que las personas que viven con altos niveles de ansiedad tienden a percibir mayor número de situaciones como amenazantes que las que conviven con niveles más bajos de ansiedad; como consecuencia, se verán expuestas más frecuentemente a situaciones que les generen estados de alerta, algo que al final les supondrá una mayor y más frecuente activación fisiológica.

Muchas investigaciones han sido realizadas con el fin de demostrar qué papel desempeñan los factores psicológicos y psicosociales en la aparición de la HTA. La mayoría de estos estudios se han centrado en variables como: características de personalidad, estrés, ansiedad, depresión, hostilidad e ira.

Ciertos rasgos psicosociales como la escasa habilidad para gestionar las emociones que juzgamos como negativas, suelen acompañarse de menor satisfacción social, mayor percepción de dificultades y estrés diario, rasgos de ansiedad y/o depresión, etc. Estas sensaciones percibidas a lo largo del día, y que podemos vivir con amenaza, suelen asociarse a una mayor respuesta de presión arterial y frecuencia cardiaca.

La Hipertensión de bata blanca, una prueba de la interacción

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En ocasiones el diagnóstico de hipertensión arterial esencial no es tan sencillo, ya que en algunas personas a quienes se les encuentra cifras elevadas de presión arterial durante la visita médica no son hipertensos. ¿A quién no le ha pasado o conoce a alguien que se ha puesto nervioso/a al entrar a la consulta del médico o cuando se van a iniciar las mediciones?, esto se debe a que podemos sentir cierto temor o aprensión por el simple hecho de tener que pasar por la consulta, estar frente al médico y/o recibir determinados resultados. A este fenómeno se le ha denominado “efecto de bata blanca”.

Centrar toda nuestra atención en lo que nos supone la figura del médico o sentir aprensión ante los resultados que éste puede reportarnos, hace que activemos una reacción de alerta natural, produciéndose un incremento temporal de la presión arterial y de la frecuencia cardiaca, así como una elevación de catecolaminas, proceso que puede hacer que se sobreestime los niveles de nuestra presión arterial. Este fenómeno fue definido inicialmente por Pickering y cols en 1988 y posteriormente descrito por Riva-Rocci en 1897, y se acuñó con el término de hipertensión de bata blanca, actualmente también denominado hipertensión clínica aislada.

Así la hipertensión de bata blanca consiste en un aumento transitorio de la presión arterial cuando ésta se mide en la clínica y, sin embargo, cuando se hace de forma ambulatoria durante 24h en el entorno del día a día de la persona las mediciones reflejan valores inferiores de tensión.

Se estima que alrededor del 13% de la población general refleja hipertensión en la consulta médica mientras que fuera de ese ambiente no tienen de forma continuada la presión arterial alta; y alrededor de un 32% de la población hipertensa aumenta sus niveles ante esta situación.

La explicación más compartida es que el aumento de la tensión se debe a una reacción emocional al entorno clínico, en donde el aumento de la presión arterial ocurre en parte porque se desencadena una reacción de alerta; y es que, sin que sea algo voluntario, cuando nos replanteamos nuestro estado de salud tendemos a buscar consistencia entre nuestros síntomas y el posible diagnóstico. Esto es lo que se investigó en un interesante estudio llevado a cabo por la Universidad de Columbia titulado The Impact of Perceived Hypertension Status on Anxiety and the White Coat Effect, en donde encontraron que el efecto de bata blanca fue mayor entre los participantes que se percibían a sí mismos como hipertensos en comparación con los que se consideraban normotensos previamente, independientemente de que realmente lo fueran o no. La percepción de ser hipertensos tenía un efecto psicológico y un impacto fisiológico en las personas que hace que aumentasen sus niveles reales de presión arterial. Datos que les llevó a concluir que etiquetar a un paciente de “hipertenso” predisponía involuntariamente a las personas a adoptar un “rol de enfermo”.

La mayoría de los autores coincide en que la hipertensión de bata blanca presenta un perfil de riesgo cardiovascular similar a la población normotensa por lo que no precisan tratamiento farmacológico.

El comportamiento de quienes presuponen que “sus estrellas están cruzadas” diferiría significativamente del comportamiento de aquellos que sienten que son orientadores de su propio destino; el comportamiento de quienes suponen que la enfermedad es un castigo diferirá del comportamiento de quienes consideran que la enfermedad es en gran parte el resultado de hábitos y de condiciones de vida inadecuados.
(John J. Burt, cit por Quevedo, 1998)