Hablemos de logoterapia…

¿Cuál es el sentido de la vida de una persona?, ¿Qué sucede al ser humano cuando se ve despojado de todo lo que aparentemente le hace continuar en su camino? Viktor Emil Frankl fue un neuropsiquiatra nacido en Viena en 1905 que, tras haber vivido en primera persona tres años de cautiverio en diversos campos de concentración nazi, se planteó la tarea de dar respuesta a estas preguntas. En su libro «El hombre en busca el sentido» recopila una muestra de las situaciones tremebundas a las que estaba expuesta una persona en esos campos de presos, con el objetivo de observar estas vivencias desde su perspectiva psicológica, el impacto y consecuencias que abordan al ser humano cuando se ve privado de absolutamente todo; ¿qué es lo que queda entonces?

Con 37 años fue separado de su esposa y familia, y enviado en tren a Auschwitz en donde sería testigo del horror. Tras el shock inicial y desvanecerse la breve ilusión de posibilidad de indulto que inundaba sus mentes, observó que (los que tuvieron suerte tras la «criba» inicial) casi desde el principio, no sabían si sus seres queridos se encontraban bien, y cómo eran despojados de todo objeto que representase un nexo material con su vida anterior. «Literalmente hablando, lo único que poseíamos era nuestra existencia desnuda«, citaba, y describe cómo esas creencias anteriores de no poder vivir sin determinados aspectos se desmontaban rápidamente al verse forzados a situaciones más extremas. Las condiciones en las que el descanso se tenía que realizar, la falta de comida, de higiene, y la ausencia de abrigo que reconfortase ante el frío, eran aspectos que uno tenía que asumir abruptamente a los pocos días.

Con el tiempo, la amenaza de posible muerte inminente estaba tan presente en todo momento que las cámaras de gas perdían ese halo de rechazo y horror, al fin y al cabo para muchos era una vía rápida que les posibilitaba acabar con las vejaciones que oficiales y presos empoderados llevaban a cabo, así como con el trabajo extenuante ante la malnutrición, el cansancio extremo o la enfermedad que les invadía. Erich Lessing dijo en una ocasión «Hay cosas que deben haceros perder la razón, o entonces es que no tenéis ninguna razón que perder

Bajo estas condiciones Frankl dedicó sus esfuerzos a observar comportamientos y reacciones humanas, dándose cuenta de que el asco, el horror y la piedad eran emociones que no cabían entre las alambradas, instalándose en cambio comunmente la apatía. Salvo breves momentos de indignación por la sensación de injusticia a la que se veían sometidos, se podía respirar la muerte emocional de las personas que allí estaban recluidas, una sensación de que ya no importaba nunca nada, y que representaba un mecanismo de autodefensa que, aunque no fuese elegido conscientemente, resultaba realmente necesario. Esta va a ser la base experiencial que va a ayudarle a construir la logoterapia.

La vida mental se centraba en cubrir aspectos más primitivos e inminentes en el tiempo que en épocas anteriores, parecía que ya no había cabida para una porción de vida sexual o cultural bajo esa tensión y necesidad de mantenerse con vida. Las personas desarrollaban ensoñaciones con la comida, o un buen baño, hablaban y fantaseaban con ello. La mente jugaba a eso. Pero esto que podía parecer un momento breve de alivio, les hacía un flaco favor, ya que la realidad era que debían desarrollar estrategias que les ayudasen a administrarse la ración diaria de pan.

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En medio de una situación en la que se ha desvalorizado por completo la vida y dignidad humanas, en donde la persona se ve desposeída de su voluntad, y el yo personal acaba perdiendo su estima y principios morales, así como su propia individualidad como ser pensante, ¿qué más hay por lo que vivir?, ¿estamos determinados por el entorno?; cuando no podemos escapar de lo que nos rodea, ¿estamos abocados a dejarnos llevar por las circunstancias?, ¿no tenemos posibilidad de elección?

Con el paso del tiempo descubrió que, paradójicamente, las personas menos fornidas y con más riqueza interior parecían soportar mejor la vida allí. El que exteriormente funcionaba como un autómata y centraba la mayor parte de sus energías en desarrollar una vida mental plena, es que había aceptado que la suerte no se podía controlar, los placeres de la vida eran muy escasos y relativos, y que debía soportar los sufrimientos con dignidad, y así, se había dado cuenta de que lo único que no podrían arrebatarle sería lo que sucedería en su interior. Estrategias muy valiosas para luchar contra el vacío y la desolación eran el recordar a las personas queridas y revivir sentimientos de amor, rememorar pequeños sucesos que hiciese que les invadiesen sensaciones de belleza y fascinación por la naturaleza, desarrollar el humor para trivializar su situación, proyectándose hacia un futuro, planteándose lo pasajero de aquello y lo que harían al salir… «sentí como si mi espíritu traspasara la melancolía que nos envolvía, me sentí trascender aquel mundo desesperado, insensato, y desde alguna parte escuché un victorioso «sí» como contestación a mi pregunta sobre la existencia de una intencionalidad última… una luz brilló en medio de la oscuridad» escribía.

Frankl no sólo descubrió que se podía incidir conscientemente sobre lo que la mente producía, también sobre lo que uno hacía y, por ende, repercutir sobre sus emociones. En una ocasión, en la que él ya estaba trabajando como médico dentro del campo, tuvo la oportunidad de formar parte de un grupo de personas que planeaban fugarse. Había decidido intentar escaparse cuando observó con detalle a todas aquellas personas enfermas a las que cuidaba, y para quienes él era su última esperanza de mejoría… Tomó la decisión de mandar en su destino por una vez, de hacer algo que estuviese acorde con lo que creyó en aquel momento que significaba su vida allí, concluyendo que se quedaría con sus pacientes, no intentaría abandonarlos. Hizo algo que trascendería su sentido del bienestar para alcanzar un sentido más amplio, desempeñándose acorde con la labor que él creía que daba sentido a su existencia y que cosechaba su paz interior.

Se dio cuenta que el tipo de persona en que se convertía un prisionero no dependía del resultado de la influencia que ejercían en él los acontecimientos, sino de una decisión íntima de lo que deseaba que fuese de sí mismo. Resistiéndose a existir de forma pasiva, en el que el nivel de disfrute es el que marca nuestra sensación de plenitud, valoró como una oportunidad el hecho de buscar activamente el logos o significado de su existencia en aquel lugar y momento, incluido el sentido de su sufrimiento, para observar que su vida tenía un propósito y que éste es el que le impulsaba a continuar vivo, incluso en el escenario más dantesco, sin conocer su duración.

Es a raíz de éstas y muchas más situaciones en las que basaría su observación e interpretación del sentido último de un ser humano. Viktor Frankl a través de sus palabras nos transmite una cuestión de trascendental importancia: ¿para qué vivimos?, ¿se trata de limitarnos a vivir por el mero hecho de sobrevivir, de esquivar la muerte, o más bien de aceptar el sufrimiento que la propia vida conlleva y buscar un sentido a lo que hacemos dentro de ella mientras estemos vivos?

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Cuando acaba la guerra y es liberado, inicia con todo ello una corriente de psicoterapia que llamaría logoterapia. Basándose en la búsqueda de un sentido de la vida que nos aleje de conseguir únicamente lo meramente primario (y, por tanto, de una vida más cercana a los animales). La logoterapia apuesta porque cada persona ha de buscar su propio y singular significado, pudiendo éste cambiar dependiendo del momento en el que esté. Es una teoría que también pretende hacernos más conscientes de nuestra libertad de voluntad, en cuanto a la elección de lo que queremos hacer con nosotros mismos, nuestras decisiones personales y la elección de nuestro propio destino.

En esencia, la logoterapia se trata por tanto, de aceptar, sin resignaciones, el sufrimiento que conlleva implícita la vida. Nadie podrá vivirlo ni redimirlo por nosotros, y sí, a cada uno le toca sobrellevarlo en soledad. Eso sí, dependerá la actitud que tomemos frente a él, al soportar su carga, la que hará las diferencias entre unos y otros. La resignación, la pérdida de esperanza, el abandono de nuestros valores y proyectos hace que perdamos nuestra esencia y perspectiva de lo que somos y deseamos ser. Pero en cuanto aceptamos el sufrimiento, uno se puede responsabilizar de lo que quiere hacer con éste y con sus propias decisiones, pudiendo sobrepasarlo buscando a su vida un porqué, un sentido que va más allá de esquivar el dolor.

No queremos dejar pasar ciertas reflexiones que el autor  y su teoría de la logoterapia desarrollan para esa búsqueda de nuestro significado vital:

  • En la logoterapia vida no significa algo vacío.
  • Cada persona es íntimamente lo que decide ser en todo momento, independientemente de las circunstancias.
  • Los dueños de nuestra vida mental y su riqueza somos nosotros mismos.
  • El amor que podemos experimentar, trasciende a una persona física. Recordándolo, la emoción se vuelve a hacer real.
  • El “tamaño” del sufrimiento humano es relativo en la logoterapia.. Tanto si es mucho como si es poco, ocupará el alma y conciencia del hombre por completo, y por el contrario, la cosa más nimia puede generar las mayores alegrías.
    • El tiempo que nos planteamos es tremendamente relativo.
    • Lo pasado no desaparecerá de nuestro interior y recuerdos.
    • En cuanto al futuro escribía Frankl “Siempre había pensado que, al cabo de cinco o diez años, el hombre estaba siempre en condiciones de saber lo que había repercutido      favorablemente en su vida. El campo de concentración me proporcionó mayor precisión: con frecuencia sabíamos si algo había sido bueno al cabo de cinco o diez minutos”.
    • Es en el presente donde tengo la capacidad de responsabilizarme hacia dónde quiero conducir mis intenciones y mi rumbo. “Aquí reside la oportunidad que el hombre tiene de aprovechar o de dejar pasar las ocasiones de alcanzar los méritos que una situación difícil puede proporcionarle”.

Es la búsqueda activa de nuestra esencia, de lo que nos haga sentirnos dignos y generosos, que calme nuestra conciencia y fortalezca nuestros propios valores, lo que hará de la vida algo más que una lucha por la supervivencia, y lo que nos perpetuará como personas. Sólo nosotros mismos tenemos la responsabilidad de hacer que eso sea así o no, y este es el esqueleto de la logoterapia.