Sudar, temblar, ruborizarnos, quedarnos en blanco o equivocarnos mientras comunicamos a un grupo es una serie de temores que conocen bien las personas que tienen miedo a hablar en público, pero ¿qué hay detrás de todo esto y cómo empezar a atajarlo? Hoy os compartimos tres ideas que pueden ser de utilidad para introducir cambios y que hagan que conectemos más amablemente con estas situaciones.
El terror a mostrarse, a ser visto.
El miedo a hablar en público es, en esencia, el terror a mostrar miedo y que nuestro público se percate de nuestro estado. Hablamos de una sensación que engloba muchos otros temores sociales como el miedo a ser el centro de atención, a ser rechazado, humillado o valorado negativamente, a ser criticado, a no dar la talla, a cometer errores…
Generalmente no suele ser plato de buen gusto equivocarnos o ser criticados, pero en estos casos las personas con miedo a hablar en público desarrollan una especie de rechazo extremo a vivir este tipo de experiencias, creyendo por anticipado que si se hacen realidad sus temores no podrán hacer frente a la imagen que socialmente se quede grabada en las retinas de los demás. Por ello, son personas que:
- Desarrollan una gran exigencia consigo mismos y su desempeño en la oratoria, no pueden bacilar, no pueden permitirse un traspiés, puesto que suponen que será una puerta abierta al rechazo.
- Se obsesionan pensando y repasando una y otra vez cómo va a ser la práctica de su discurso antes de hacerlo, y posteriormente evaluando y repitiéndose lo que podían haber hecho mejor.
- Tienen una elevada necesidad de control, así que al sentir que no todo sale como a ellos les gustaría desarrollan sentimientos de inseguridad, sintiéndose incapaces; lo que les llevará a exigirse aún más para la próxima ocasión que tengan que hablar en público (si es que no la terminan evitando). La creencia es que si se esfuerzan mucho más, lograrán dejar de sentir esa angustia que les provoca la escena, cerrando y continuando el círculo en el que terminan metiéndose.
- Demuestran una mayor intolerancia a las sensaciones desagradables que otras personas, y esto es así porque para evitarlas montan un sistema que mantiene a raya toda situación que pueda provocar frustración.
Lo importante no es el miedo, sino todo lo que hace la persona para no llegar a tener contacto con ese miedo. Así que diremos que la fobia no aparece con el miedo en sí, sino con la evitación y la cantidad de tiempo que se invierte en evitar.
Cuando se exponen, anticipan tanto que al final el resultado es una respuesta bloqueada y una sensación de cansancio extremo que resulta de la elevada tensión previa. Por ello hoy os traemos tres ideas que ayudan a romper ese círculo de bloqueo, ansiedad y agotamiento mental. ¡Vamos allá!
1. Plantéate quién es el que realmente está evaluándote
Puedes pensar que son los demás los que evaluarán negativamente tu intervención, pero realmente el que se está dando los mensajes de “no te pongas nervioso”, “no puedes temblar”, “no te quedes en blanco”… y quien valora el peso de las consecuencias de dichas acciones, eres tú.
Ten en cuenta que el cerebro humano funciona de la siguiente manera: cuando nos exigimos severamente ante esas situaciones nos estamos dando multitud de órdenes que se van amontonando y ante las que nuestra mente no sabrá a cuál atender. Es como si a un niño le dijeras que dejase ahora lo que está haciendo, que tiene que venir a tu lado, que busque ya el juguete que ha perdido y que todo ello lo haga con una sonrisa… ¿cuál crees que será el resultado? Posiblemente se quede paralizado y sin saber cómo actuar. Eso es lo que hacemos con nosotros mismos: darnos muchas órdenes y, por ende, facilitarnos el acabar bloqueados.
La mayor parte de las cosas que nos suceden o pueden suceder no está en quiénes o cómo sean nuestros oyentes, si son muchos o pocos, o el grado de autoridad que tengan, sino que esto tiene que ver con cómo me posiciono conmigo mismo/a. No nos estamos refiriendo a que creamos en la benevolencia de la gente a ciegas, pero sí que es necesario sopesar si son los demás o realmente somos nosotros los que nos censuramos en materia de lo que se puede mostrar o no al público.
2. No consiste en aprender técnicas para conseguir brillar, sino a tratarse mejor.
Como vemos, esto no consiste en que no hayamos nacido para esto o seamos incapaces, sino de un proceso de súper-autoexigencias en el que nunca nada es suficiente. Valoramos que nuestra felicidad dependerá de lo que conseguimos hacer bien, por lo que no podemos fallar por nada del mundo. Nos creamos un mundo tan rígido y de control que tendemos a pensar que ya no podremos aspirar a ningún grado de felicidad si no se cumplen todas nuestras expectativas de desempeño; ¿claustrofóbico, no?
No se trata de añadir, de aprender a ser brillantes (como si hubiese fórmulas mágicas), sino de soltar control, de flexibilizar nuestras propias percepciones. Porque no puedo empezar a ganar y disfrutarlo hasta que no aprenda a perder.
Podemos dejar de darnos órdenes internas si estamos preparados para experimentar lo que rechazamos hasta ahora: las malas sensaciones y las fantasías calamitosas; así que no trates de luchar contra cualquier síntoma y plantéate qué pasa después de sentir miedo ¿durante cuánto tiempo consideras que lo sentirás?, ¿crees que no acabará?
Comienza por no pedirte no estar nervioso, a todos, en mayor o menor medida, nos genera estrés el primer contacto con el público. Continúa a pesar de las sensaciones.
Cometer un fallo no es una catástrofe imposible de solventar; pregúntate ¿puedo permitirme el hecho de quedarme en blanco y que esto no me defina como persona?. Ten en cuenta que el sosiego proviene de la tolerancia que desarrolles contigo. Si aceptas que en determinados momentos puedes equivocarte o manifestar que no lo sabes, además de mostrar que eres humano (como tu público), disfrutarás de los momentos en los que sientes que sabes de lo que hablas y cultivarás seguridad en ti mismo/a.
Restar exigencias hará que estés menos pendiente de lo que te genera ansiedad y más pendiente de lo que sí que consigues.
3. Elige conectar con el público más que contigo.
Una de las consecuencias del miedo es un desequilibrio atencional, nuestra mente está sobresaturada con mensajes exigentes en los que la eficiencia perceptible es lo único que importa, así que estamos extremadamente pendientes de nosotros mismos frente a la escasa atención que finalmente ponemos en el público.
Te ayudará a desviarte de tu burbuja y a entrar en situación reconocer el espacio y mirar a los oyentes más que mirar al vacío, al suelo, a la presentación que preparaste o a un papel. Contacta con ellos, recuerda la primera idea que te hemos comentado antes, y habla con ellos para que entiendan lo que vas a exponer.
Hablando de papeles… No lleves preparadísima la charla de forma escrita, sino unos puntos clave (4 ó 5) que te sirvan para tú llevar clara la estructura central del discurso y para utilizarla de hilo conductor. De lo contrario estarás dejando muy poco espacio a tu imaginación y capacidad de recordar datos o ideas, puesto que cederás toda tu memoria al desarrollo concreto que tienes en tu mano. De esta forma, si te pierdes, la única salida que barajarás será mirar el escrito y buscar la palabra adecuada que te dé pie para continuar, desconectando del público para centrar tu atención en un papel.
En la medida en que te lo permitas y desees, introduce alguna vivencia cotidiana o personal que tenga que ver con el hilo del discurso, te ayudará como ejemplo para hacerte entender y resultará cercano.
Necesitamos el vacío para centrar nuestra atención en el desarrollo del discurso. Es más interesante un momento de silencio para hacer trabajar a tu memoria y encontrar el hilo, que buscar desesperadamente la palabra adecuada y exacta que se nos ha olvidado del extenso guion que nos hemos preparado. A veces es más atractivo dominar los silencios que producir incondicionalmente.
Si pierdes el hilo acéptalo, puedes decirlo, intenta retomarlo y si no pasa a la siguiente idea que deseas exponer. Ten en cuenta que las personas a las que va dirigido tu discurso no tienen ni idea de lo que quieres presentar, de si una idea va seguida de otra, o de qué palabra tiene que venir ahora; no conocen tu esquema.
También podemos utilizar el hecho de haber perdido el hilo para mantener el contacto con el público; así si nos perdemos, podemos proseguir nuestra ponencia preguntando a los asistentes acerca de lo que piensan al respecto, animando a la participación y al aporte de ideas relacionadas, con el fin de obtener un pequeño debate que nos ayude a encontrarnos de nuevo y, dado el caso, a aclarar posibles cuestiones que surjan entre el público.
Ten presente que hablar en público no es una cuestión de fuerza de voluntad o de valor, consiste en que desliguemos esa sensación de valía según nuestro desempeño y que de verdad decidamos cuidarnos a nosotros mismos, sopesando quitarle importancia el llevar a cabo pequeños lapsus durante una conferencia en pro de nuestro sosiego.