Las primeras descripciones del trastorno de estrés postraumático (TEPT) se remontan a la Odisea de Homero, en la que éste describe las reacciones de intenso terror, agitación y/o parálisis conductual de los soldados griegos durante las batallas.

Abraham Kardiner definió el TEPT de forma sistémica por primera vez en 1941, señalando que las personas que lo padecen continúan viviendo en el ambiente emocional del acontecimiento traumático. Este autor consideró que la persistencia del reflejo de sobresalto era el elemento central de la reacción de estrés postraumático, responsable del posterior desarrollo de la sintomatología psicosomática característica de este trastorno.

Sin embargo, no fue reconocido como entidad clínica independiente hasta la publicación de la tercera edición del Diagnostic and Statistical Mannual of Mental Disorders (DSM-III, 1980), debido a la preocupación e interés que despertaban en aquellos años las secuelas psicotraumáticas de los veteranos de la guerra de Vietnam y de otros ámbitos sociales como la violencia de género o los accidentes.

El Trastorno por estrés postraumático se caracteriza por una serie de síntomas que aparecen como consecuencia de la exposición a estresores traumáticos que suponen una amenaza vital grave y un riesgo objetivo para la integridad física, como: agresiones físicas, sexuales y violaciones; malos tratos; robos; torturas; atracos; secuestros; combates; desastres naturales (inundaciones, terremotos, tornados, etc.) y accidentes (automovilísticos, ferroviarios, aéreos…). La persona que lo padece siente una gran percepción subjetiva de miedo intenso y realiza la atribución de no tener la capacidad personal para afrontar el acontecimiento. Percibe el mundo como altamente peligroso, y suele perder la sensación de control sobre la seguridad propia, llegando a sentir una amenaza de muerte permanente (con frecuencia descrita como “tener la vida rota” o “estar muerto en vida”).

Se trata de uno de los trastornos de ansiedad más frecuentes en la población general, aunque habitualmente está infradiagnosticado. La mayoría de los pacientes no reciben tratamiento específico adecuado, puesto que son diagnosticados y tratados de los trastornos asociados, cuando el cuadro se ha cronificado y complicado con otros trastornos mentales y enfermedades médicas. Como consecuencia, en muchas ocasiones su repercusión global puede llegar a ser más grave que la de la depresión mayor, según el Consenso español sobre evaluación y tratamiento del trastorno de estrés postraumático (2007).

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Algunas personas no desarrollan Trastorno de estrés postraumático incluso cuando han sufrido traumas de elevada gravedad, lo que destaca la importancia de diferentes factores de vulnerabilidad individual tales como predisposición genética para enfermedades psiquiátricas; adversidades en la infancia; determinados rasgos de personalidad como el dependiente, paranoide, límite y antisocial; acumulación actual de estresores, inadecuado apoyo social y abuso reciente de alcohol.

Las posibilidades de desarrollar este tipo de trastorno dependen de muchas variables, como pueden ser la intensidad o duración del trauma, la existencia de heridas físicas, traumatismos o pérdida de seres queridos, la proximidad con el evento y el/los agresor/es, el grado de control percibido sobre el suceso, y el nivel de ayuda y apoyo recibido posteriormente. Una vez aparecido el trastorno, algunos factores de riesgo para desarrollar TEPT crónico (es decir, de duración superior a un año) son el sexo femenino, un alto porcentaje de trastornos de ansiedad y depresión y antecedentes familiares de conducta antisocial.

Existen cuatro clases de síntomas de Trastorno de estrés postraumático, que deben darse durante al menos un mes para diagnosticar el trastorno:

  • Re-experimentación del suceso traumático: puede tener lugar de varias formas tales como pensamientos, percepciones corporales, sentimientos, recuerdos o representaciones involuntarias del acontecimiento traumático; manifestándose como rumiaciones, crisis de angustia o de llanto incontrolado, episodios violentos de descontrol o bien somatizaciones. También suele experimentarse la situación en forma de pesadillas repetidas que dramatizan e incluso modifican algunos aspectos de la misma, y que pueden continuar influyendo más allá del sueño, durante la vigilia. La repetición vivencial del acontecimiento traumático puede tener lugar como flashbacks, ilusiones y alucinaciones.
  • Evitación de estímulos asociados al suceso traumático: se realizan esfuerzos para evitar ciertos pensamientos, sentimientos, actividades, lugares y personas que motivan recuerdos del trauma. Sin embargo, las sensaciones vívidas se recuerdan con gran intensidad y frecuencia, llegando a ser intrusivas, especialmente porque se pretende evitarlas (cuanto más intentamos evitar un pensamiento más aumentamos su frecuencia, produciéndose más estrés emocional).
  • Embotamiento emocional e inhibición de la capacidad de respuesta: se manifiesta una pérdida del interés en actividades personales y sociales que antes del trauma resultaban interesantes y una restricción de la capacidad de experiencia emocional. Aparecen sensaciones de extrañeza y lejanía de los demás. Son frecuentes los sentimientos de indefensión e impotencia y con mucha frecuencia aparecen tristeza y depresión.
  • Hiperactivación psicofisiológica e hiperalerta generalizada: dificultades para conciliar y/o mantener el sueño, irritabilidad o ataques de ira, dificultades para concentrarse, hipervigilancia y respuestas exageradas de sobresalto. Si se cronifica, influye en la aparición de una serie de síntomas y enfermedades psicosomáticas que habitualmente complican la evolución clínica.

En conclusión, El trastorno de estrés postraumático supone una disregulación multisistémica, es decir, compleja y no sólo mental, que incluye alteraciones en diferentes sistemas fisiológicos y síntomas psicosomáticos. Se han propuesto numerosos modelos teóricos para comprender el TEPT, pero recientemente se prefieren los de tipo integrador, que incluyen el tratamiento de factores neurobiológicos, junto con el procesamiento alterado de la información y del afrontamiento adaptativo.

Por ello, se trabajarán en la consulta los pensamientos y emociones asociadas al trauma, el entrenamiento en relajación y respiración, y la exposición y desensibilización de los recuerdos; mediante diversas técnicas psicoterapéuticas y en colaboración con un psiquiatra experto en psicofarmacología clínica.