El mostrarnos interesados por nuestra salud y preocuparnos si nos encontramos a falta de ésta, desarrollando ciertos hábitos y suprimiendo otros, es una práctica que resulta beneficiosa para todo organismo; pero ¿qué sucede cuando estas preocupaciones se vuelven aspectos centrales de nuestra vida? ¿los hábitos que desarrollamos resultan tan saludables? Seguramente que todos o casi todos hemos escuchado alguna vez la palabra hipocondría ya que es uno de los términos médicos que se han ido extendiendo al uso coloquial, sin embargo ¿conocemos las implicaciones que ello conlleva? ¿hasta qué punto la creencia de la presencia de signos de enfermedad puede condicionar las emociones y la vida de una persona?
A menudo cuando existe una señal o síntoma en nuestro cuerpo, se trata de una sensación fisiológica normal, una disfunción benigna o un malestar corporal que no se considera generalmente indicativo de enfermedad; sin embargo las personas hipocondríacas tienden a interpretar este tipo de signos físicos, como la aparición o crecimiento de lunares, toses, aceleración del ritmo cardíaco, pequeñas heridas o movimientos musculares involuntarios, como principios de lo que puede ser una enfermedad grave. Estas explicaciones que se da a sí misma la persona son tomadas como verdaderas, por lo que se genera sentimientos intensos de angustia que pueden llegar a interferir en su funcionamiento vital.
¿Qué hace la diferencia entre preocuparnos de forma razonable por nuestra salud y la hipocondría?