Me gustaría empezar aclarando una cosa. Cuando hablo de ansiedad, no solo me refiero a mis miedos o a las situaciones que me ponen nerviosa. Me refiero al trastorno de ansiedad generalizada (TAG), un trastorno que afecta a prácticamente todos los aspectos de mi vida, de una forma u otra.
Lo más probable es que te hayas dado cuenta de algunos de mis comportamientos nerviosos. Digo que no a planes en el último momento. Me invento excusas para quedarme en casa. Me muerdo las uñas y me echo a llorar de repente. Me quedo sin aliento, me siento intranquila, me dan miedo las nuevas situaciones, soy incapaz de ir sola a los sitios y sufro ataques de pánico.
Intento ocultar esta lucha interna, pero sé que puedes verla. La ves porque te importo. Y, como te importo, a menudo me ofreces ayuda. Me dices que respire hondo, que me tranquilice o que no me preocupe. Con buena intención, citas la Epístola a los filipenses 4:6. «No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias». Te esfuerzas para que no me pase nada, pero nunca ha funcionado. Nunca.
Escribo esta carta porque quiero ser sincera contigo. Quiero que entiendas lo que es tener ansiedad porque quiero que sepas que no ignoro tus consejos. Sé que puede ser difícil lidiar conmigo y que nuestra relación no es fácil. Por eso creo que te debo una explicación.
Tener ansiedad es como estar en medio del mar. Me cuesta mantenerme a flote. Es abrumador y constantemente tengo la sensación de que estoy a punto de ahogarme. El océano es gigante y no veo su fin. El agua está oscura y me hunde. Cuanto más lucho contra ella, más sube la marea…
Así comienza la carta abierta a los afectados por mi ansiedad que se publicó por primera vez en en la edición estadounidense de ‘The Huffington Post’. Ha sido traducido del inglés por Irene de Andrés Armenteros y podéis leerla completa pinchando en este enlace.