El razonamiento emocional es un proceso cognitivo por el cual damos forma a nuestra realidad en base a cómo nos sentimos. Es una de las piedras angulares en la terapia cognitiva fundada por Aaron Beck en los años 70 y, posiblemente, la forma de auto-sabotaje más común.

Las emociones nos ayudan a reaccionar de manera eficaz ante las señales de nuestro entorno. Sin embargo, en algunas circunstancias, pueden proporcionarnos información equivocada y llevarnos a actuar en contra de nuestros intereses. Razonar en función de nuestras emociones es una trampa habitual que a veces nos tiende el cerebro en momentos en los que encuentra cierta dificultad para significar y manejar correctamente la vivencia emocional, y en los cuales poco importan las evidencias observadas. A un lado queda entonces nuestra capacidad de análisis y reflexión.

Cuando caemos en la trampa del razonamiento emocional llegamos a conclusiones aparentemente verdaderas pero sin seguir una secuencia de razonamiento lógico, poniendo atención únicamente a cómo nos sentimos.

Por ejemplo, desde esta forma de interpretar la realidad, pueden aparecer discursos internos como estos:

  • «Me siento como un inútil» – «soy un inútil»
  • «Siento que no valgo para nada» – «no valgo para nada»
  • “Me siento abrumado y desesperanzado» – «debe de ser imposible resolver mis problemas»
  • “Me siento deprimido” – «la vida no tiene sentido para mí»
  • «Lo siento así» – «es así»

Así, nuestra conducta queda “secuestrada” por la emoción. Es normal que cuando ese momento de invasión emocional acabe nos demos cuenta de algo que hemos hecho o dicho ha sido inapropiado, o de que nos hubiera gustado actuar de otra manera.

Otras veces la consecuencia puede tener que ver con lo que no se hace. Un fenómeno curioso que se da en el razonamiento emocional es la procrastinación (si quieres saber más sobre este tema pincha aquí). El mundo puramente emocional e instintivo también domina cuando posponemos tareas que nos preocupan o molestan, en lugar de enfrentarnos a ellas.

Cuando utilizamos el razonamiento emocional tendemos a la generalización y es fácil que pensemos que si una vez nos sentimos mal (tristes, enfadados, asustados….) ante una situación o persona, eso continuará siendo así con otros muchos estímulos parecidos o semejantes ante nosotros. Por ejemplo, si nos sentimos solos podemos llegar a pensar que nos lo merecemos, que no somos dignos de ser queridos, o que tenemos algún defecto que aleja a las personas. Como si tuviéramos encima una maldición que no nos permitiera vivir y sentir la realidad desde otro lugar.

También es bastante común que si razonamos emocionalmente juzguemos la conducta o el estado emocional de los demás en base a cómo nos sentimos nosotros. Tenderemos a atribuirle el mismo significado a su vivencia que a la nuestra, y esta proyección puede llevar a muchos malentendidos y conflictos con las personas de nuestro entorno. Quizá ante una misma situación el otro no esté sintiendo miedo sino curiosidad, y entender que su experiencia es diferente nos abre la posibilidad de flexibilizar nuestras percepciones.

Con todo esto no quiero decir que debamos dejar a un lado nuestras emociones. Estas son un mecanismo muy útil que nos sirve para comunicar estados, actitudes y predisposiciones conductuales, tanto a nosotros mismos como a los demás; para orientarnos hacia la satisfacción y el bienestar, y todas (agradables o desagradables) cumplen una función adaptativa para entendernos y manejarnos de la mejor manera con nuestro entorno.

La idea es encontrar un equilibrio entre razón y emoción, es decir, aprender a pensar sobre lo que sentimos y sentir sobre lo que pensamos; y de esta forma sacar conclusiones mucho más útiles y acertadas en nuestra experiencia diaria.

1. Identifica situaciones en las que puede estar sucediendo el razonamiento emocional: observa si hay emociones que experimentas muy frecuentemente; en qué situaciones no te sientes satisfecho con tu forma de actuar o acabas sintiéndote mal; si sientes que sueles enfadarte con los demás, sentir un miedo irracional o adaptarte a lo que los demás esperan de ti. La mayoría de las veces tus emociones te mandarán señales correctas, pero cuando observes un desajuste entre tu emoción y la situación que la ha generado posiblemente esté sucediendo esta distorsión.

2. Describe tus emociones de forma precisa: no es lo mismo sentirse decepcionado que enfadado, desmotivado que triste, tenso que culpable… Cuanto más precisión al describir la emoción presente en relación con la situación que vivas en ese momento, más sencillo te resultará actuar de la manera más beneficiosa para ti.

3. Busca explicaciones alternativas a las emociones que sientes en tus relaciones (con otros o contigo mismo): por ejemplo, si alguien se molesta contigo, puede deberse a que atraviesa un momento complicado, a que tiene una opinión diferente y no se atreve a expresarla, o a que habéis tenido un malentendido en la comunicación. Igualmente, tu enfado con otra persona puede deberse a la frustración de que no actúe como te hubiera gustado, y no tanto a que haya actuado con la intención de hacerte daño.

4. Recuerda que tus sentimientos no siempre reflejan la realidad objetiva: familiarízate con la elaboración de frases como “que me sienta culpable no significa que lo sea”, “Que esté triste no significa que las cosas vayan mal”, “Que me dé vergüenza no significa que sea una persona inadecuada”.

5. Actúa de manera congruente con la situación, no con tu emoción: si crees que no has hecho nada malo, puedes ser amable pero no te disculpes; si crees que tu enfado es irracional expresa cómo te sientes (“esto me da rabia”) pero no responsabilices al otro de tu emoción; si estás triste reflexiona sobre tu emoción pero trata de no encerrarte en casa y abandonar todos tus planes.

“Si nuestro pensamiento queda empantanado por significados simbólicos distorsionados, razonamientos ilógicos e interpretaciones erróneas, nos volvemos, en verdad, ciegos y sordos”
A. Beck