La fobia social se desarrolla a raíz de un intenso temor al contacto con los otros. A todos nos puede preocupar o podemos sentir ansiedad ante el contacto social en determinados momentos, pero lo que hace que esto se viva de diferente manera y termine siendo paralizante y un verdadero quebradero de cabeza para estas personas es el abordaje que hacen de este temor. En solitario.

Cuando sabemos que nos espera una situación que nos provoca ansiedad, las personas nos anticipamos pensando en los hechos que aún no han sucedido y, dada nuestra naturaleza de conservación y supervivencia, no solemos imaginarnos un escenario sencillo sino la peor de las consecuencias: una situación enormemente exigente que sobrepasa nuestros recursos. Ante este panorama, cualquiera de nosotros querríamos que eso no sucediese pero, pese al temor, probamos suerte y nos exponemos a la situación, casi haciendo un acto de fé con uno/a mismo/a.

El problema viene cuando ante ese contacto social no cuestionamos en ningún momento lo que creemos que va a pasar y nos valoramos sin ningún tipo de recurso con el que «ya saldremos por algún lado» si la situación lo requiere. Es en estos casos donde la persona no ve salida, sólo dificultad, paralizándose por el miedo que esto le provoca. Y aquí es donde entra en juego uno de los componentes más esenciales de una fobia: la evitación.

Las personas que experimentan fobia social, en mayor o menor medida, evitan vivir situaciones en las que puedan llegar a sentir que no encajan, que van a ser criticados, que sientan que no tengan nada que ofrecer a los demás o con las que anticipen que no van a estar a la altura. El temor es lícito, pero uno no sabe si se va a ser real todos y cada uno de esos detalles si no se expone a la situación.

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Evitando determinadas situaciones que nos dan miedo no conseguimos eliminarlo, de hecho: cada vez tendremos más miedo a ellas porque, a medida que pase el tiempo, la escena en nuestra imaginación será más elaborada y tendrá más detalles que dificulten su abordaje, practicaremos menos nuestras herramientas para atravesar lo que nos parece difícil y sentiremos que cada vez tenemos más olvidados nuestros recursos (llegando a creer que nunca los hemos tenido); además, nos haremos cada vez más sensibles a no querer pasarlo mal, pensando que no vamos a poder soportar el desánimo o el malestar que creemos que nos provocará la situación.

Evitar determinadas situaciones sistemáticamente es el comienzo de la búsqueda de «la tranquilidad» por encima de todo. A todos nos gusta experimentar esa sensación de calma, claro que sí, pero hemos de tener presente que es una sensación momentánea (como todas las demás), y que en un momento dado podemos encontrarnos privados de actividades que nos gustaría hacer o compañías con las que desearíamos estar por si acaso no nos sentimos tranquilos.

La paradoja es que buscando permanecer tranquilos, a la larga, nos suele provocar frustración y el sentirnos más intranquilos que nunca, siempre pendientes de la amenaza que pueda perturbar nuestra «calma». Es una espiral en la que nos metemos y alimentamos a base de evitar: tranquilos pero también sintiéndonos solos y desconectados.

Es por esto que, si sufres ante la idea de relacionarte con otros, sientes bloqueo o te sientes limitado/a por este tipo de pensamiento y forma de actuar, la terapia en grupo es uno de los más potentes recursos que puede ayudarte a cambiar tu percepción del problema. Sí, sé que precisamente tienes miedo a esto, pero recuerda que sólo podrás salir de la espiral de temor si compruebas si es real absolutamente todo lo que te imaginas, y qué mejor que en un ambiente controlado para comenzar a experimentar y a comprobar ideas.

Empezar a contactar con gente que no conoces pero que experimenta lo mismo que tú es el primer paso para romper ese bucle de miedo-evitación que parece que no acaba nunca, es un abordaje difícil (aunque, no te engañes, no mucho más que con lo que seguramente sientas que tienes que lidiar todos los días al contactar con los otros de tu entorno) pero diferente a lo que has hecho hasta ahora, y será un espacio en el que podrás comprender más este problema que te aborda. Un gran paso para empezar a abordarlo tú a él.

Si reaccionamos ante un problema de diferente manera, lo más probable es que obtengamos diferentes resultados. Lo interesante que tiene un grupo de terapia es que puede servirnos de espacio para experimentar con nostros/as mismos/as, probar a reaccionar de diferente forma, aprender fórmulas de comunicación nuevas que sintamos que nos benefician. Gracias al contacto con los otros podremos practicar inicio, mantenimiento y finalización de conversaciones, y, porque no, a hacer halagos, aprender a recibirlos, e incluso poner límites.

Este miedo que sientes no es porque «hayas nacido así», sino que no has aprendido a hacerlo o no lo has hecho lo suficiente para sentirte cómodo/a llevándolo a cabo, en definitiva, conociéndote en otros papeles diferentes a los que acostumbras. Porque recuerda: tu objetivo hasta ahora ha sido evitar.

La terapia de grupo no te va a cambiar, seguirás siendo tú, simplemente será un espacio en el que puedas aprender, permitirte experimentar y ampliar diferentes maneras de comportarte. Un ambiente en el que, con la práctica, puedes empezar a concederte el derecho de ser como desees ser en cada momento.

Decía Mark Twain «Dentro de 20 años estarás más decepcionado por las cosas que no hiciste que por las que hiciste. Así que suelta amarras, navega lejos de puertos seguros, coge los vientos alisios. Explora. Sueña. Descubre.»

¡Al abordaje!