Ante la idea de conocer a alguien nuevo podemos llegar sentir que la gente nos “da pereza”. Pensemos entonces qué queremos decir cuando estamos ante esta tesitura, puesto lo que realmente nos da pereza no es aguantar a los demás, sino a nosotros mismos; desgranamos todos los posibles significados implícitos de esta afirmación:

  • ¡Qué pereza! significa algo similar a “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, es decir que nos damos un mensaje de carácter conservador que viene a decirnos que es mejor quedarse como estamos a sufrir cambios; por tanto, preferimos que no haya novedades porque de lo contrario quizás nos asustemos un poco. Y es que, por lo general, a las personas les gusta el mundo tal y como lo conocen, por lo que el cambio suele suponer una salida de su “zona confort”, una incertidumbre que puede hacerse más o menos tolerable dependiendo de cada uno.
  • También nos da pereza porque nos da miedo la idea de quedarnos atados o aprisionados a la otra persona por el simple hecho de iniciar una conversación con ella. Esto es una sensación claustrofóbica que nos hace sentir puramente incapacitados ante la idea de organizar o abandonar una conversación.
  • Además, la necesidad de actuar de cara a los demás hace que tengamos que sobreesforzarnos para llevar a cabo una relación social. Dar buena impresión y tener que mantenerla (puesto que tenemos la sensación de que en cualquier momento nuestra imagen se puede romper y nos decubrirán) es una postura que demuestra que adoptamos un papel seductor en el que queremos agradar a todo el mundo, lo que hace que en numerosas ocasiones nos olvidemos de nosotros mismos. De forma que resultaría interesante el poder experimentar con la “antiseducción” y observar a ver qué pasa a nuestro al rededor si no nos mostramos tan solícitos y agradables como nos exigimos ser; porque estamos muy atrapados en el hecho de conversar, siempre justificándonos y atentos al otro. De tal forma que sería muy positivo el poder practicar con la interacción desde el deseo propio y, sin necesidad de perder la educación, poder expresar que no nos apetece en esos momentos hablar, por ejemplo, o que no nos gustan determinadas cosas.  Nuestra fantasía es que si no somos extremadamente agradables con los demás, nos quedaremos solos; pero realmente ¿no conocemos a alguien que sigue conservando amistades a pesar de expresarse en ocasiones de forma poco atractiva?.

Por tanto, nos planteamos la relación para con el otro desde un punto que es normal que nos de pereza porque no arrancamos desde una motivación personal (por lo interesante que nos resulta el otro), sino desde la venta de un producto de marketing que tiene que resultar vistoso y agradable, condenándonos a tener que iniciar y mantener conversaciones sin ningún tipo de apetencia.